Capítulo 36

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A través de los mensajes que solía mantener con él, su editor, Pelle Argos, era considerablemente más joven de lo que se podía ver en persona. Con la bocina del teléfono bajo su mentón, alzó las cejas.

—Café —dijo.

El chofer que la llevara hasta Sacramento, nada más despedirse, la había dejado junto a una secretaria en aquella oficina que muy pocas veces había visitado.

Pelle tenía un gusto recatado y simple. Y para su conocimiento, daba la impresión de ser un hombre trabajador y rico, con un empleo soñado y la argucia mental para reconocer a la gallina de los huevos de oro. Aquel no era el pensamiento particular de Maggie, pero se decía eso de él en The Journal, y se imaginó al periodista haciéndole preguntas al hombre que, durante tres años, no había dejado de enviarle contratos en blanco para que eligiera el monto de sus anticipos.

Ahora tenía una correlación con Eric, pero se la iba a guardar todo lo que pudiera.

—Bien —Pelle colgó el móvil y se concentró en ella, repantigándose en su enorme silla empresarial—. Hablemos de ideas.

—Voy a escribir una saga de fantasía, subgénero de romance.

—¿Por qué no al revés?

—El romance en los libros eróticos ya es fantasioso de por sí —dijo Maggie—. Si el subgénero de una historia que incluye hadas y minotauros, es el romance, las hadas y los minotauros pasarán desapercibidos. Y no me apetece.

—Pensé que a estas alturas ya te habrías reconciliado con Mags —espetó el editor, con gesto cansino—. No tiene nada de malo usar un talento para ganar dinero, que lo sepas.

Hizo ademán de sacar su chequera.

—Diez años de contrato y quiero tres series, después de esa saga tuya de fantasía.

—No es que esté peleada con el hecho de ganar dinero a través de hacer lo que amo: es que ya llevo bastante tiempo creyendo que Mags Witching no puedo ser yo. Y no me lo vas a creer, pero conocía a una persona que las integró a ambas como si fueran lo mismo.

—¿Quién es el afortunado?

Estaba escribiendo el cheque, por lo que Maggie tuvo la libertad para analizar bien si el calificativo de afortunado le iba a su comprador.

—Pelle, no debes de pagarme más de lo que vale mi nombre en los tableros. Probablemente las lectoras se olvidaron de mí, como venganza por dejar esa trilogía inconclusa.

—Esa será una cláusula del contrato —elevó tan solo un segundo la mirada a ella—. Primero tienes que terminar con la trilogía.

—Oh.

—Te vas a sentir más satisfecha cuando lo hagas...

Su mirada era sugerente. Maggie no se tomó a mal la pretensión e ignoró el tono de exigencia también. Sin embargo, la sola idea de tener que sentar el trasero para escribir una historia de la que estaba prácticamente desconectada, le dio dolor de estómago.

Asintió por último y se retrajo. En ese momento alguien tocó a la puerta y el sonido de unos pasos parsimoniosos llenaron el espacio por unos segundos.

El abogado la miró al volverse.

—Estamos listos —dijo el hombre, y se sentó—. Cerré mi agenda para atender el asunto que querías, papá.

Pelle se levantó, ajustándose el saco. Y señaló a Maggie con los ojos.

—Maggie va a vender la mitad de su propiedad a Italo.

—Ya leí el artículo del proyecto —dijo el otro.

Maggie tenía la mirada puesta en la pared del frente, a donde había una pintura con una representación muy violenta de la caída de Lucifer.

—Asegúrate de que le paguen lo debido y de que cumplan sus condiciones.

—Acabo de llegar —respingó ella.

El editor se miró el reloj en la muñeca y esbozó una sonrisa, poniendo una palma en el hombro de su hijo.

—Estarán bien. Te enviaré tu copia del contrato al correo.

Y se marchó dejándola con su hijo desconocido, que aguardó hasta recibir una mirada por su parte.

—La verdad es que mi intención era no recibir dinero por las tierras de mi padre, pero...

—Italo es una constructora enorme, señorita. Lo mejor es recibir lo que corresponde. Ahora, Pelle me ha contado que una parte de la propiedad seguirá siendo suya.

—Quiero poder volver a sentarme en el alféizar junto a la ventana. Crecí allí.

—Ya. —Estiró una mano y tomó el contrato que ya había firmado—. Los contratos no se firman sin un abogado al lado.

—Pelle no me obligó a escribir nada en tres años...

Los ojos de su interlocutor pestañearon, abriéndose lentamente. De su boca brotó un balbuceo divertido que Maggie no quiso interrumpir.

—Pensé que esas novelas las escribía él —dijo y sacudió la cabeza—. Lo lamento, creí que era una nueva cliente.

—Soy más bien anticuada, publico desde los veinte.

—Bien. Yo... Hay que discutir los pormenores del asunto de la compra. Solo por rutina.

Maggie asintió y se dispuso a sacar el acuerdo para mostrárselo, dejando de lado las hojas que habían firmado para quedar esas dos semanas.

—Se nota que les urge empezar —dijo luego—. Me parece extremo que Joshep Italo haya decidido hacer tantas concesiones.

La miraba cada tanto, pero Maggie mantuvo los ojos clavados en la madera del escritorio. 

BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora