El área de la cascada se encontraba más ocupada entre semana que otras veces. La mayoría de las personas acudían los fines de semana, pero luego de que la noticia sobre la venta de las tierras se hiciera pública y Eric Wolfe apareciera en algunos periódicos y revistas mientras revisaba los planos en El Valle, muchos habían entendido que no tendrían libre acceso a partir de que se declarara la zona protegida.
Aquello, de cierta forma, hacía que el sueño de su padre se hiciera realidad, y por lo tanto, volvía tangibles sus metas.
Al principio Maggie no se había planteado metas con respecto a los lugares que desde niña la habían rodeado, sino más bien tenía la leve sospecha de que no existía ningún destino esperándola afuera y que en algún momento debería, por su propia salud mental, tomar la decisión de elegir su camino sola.
Una vez que lo supo, los agentes de ventas comenzaron a llegar y la idea de vender tomó fuerza. Sin embargo, hasta no recibir la llamada de Eric se percató de que la oportunidad no estaría ahí para siempre.
Se quitó la blusa y la falda larga al tiempo que miraba a un lado y otro, la gente que mantenía pláticas. Se fijó en dos niños que estaban sentados en una roca, su madre tomándoles una fotografía.
—No recuerdo que tengamos fotos familiares —replicó en dirección de Tori, que se había puesto la parte superior del bikini y un short de mezclilla a juego—. Estoy tratando de imaginar qué pensaría mi padre sobre esto, si no se sentiría traicionado.
—Mags, cariño, cuando eras niña yo cuidaba mucho mis palabras porque no quería insertar lo que pienso sobre la vida en tu cerebro, pero ya es hora de que dejes de pensar en tu padre cada vez que te quieres arriesgar.
Maggie arrugó la nariz, afrentada, pero con la consciencia de que no le decía aquello para hacerla sentir mal, sino dándole crédito por poder expresarse hacia ella de manera adulta y sincera. Suspiró, agradecida por tener la capacidad de entenderlo.
—Esto es por mí, no creas —admitió. Tor le ofreció el bloqueador de sol y se lo puso—. Cuando vendí el primer libro pensé que le avergonzaría.
—Siempre quise aprender a tocar el banjo —dijo la otra—, y tu padre me acusaba de haragana. Ya estabas en la universidad y nunca tuvimos planes de procrear más hijos.
—Me habría gustado tener un hermano.
—Pero yo no necesitaba más hijos. Tú eres un torbellino en mi vida —la miró un segundo, como si por un solo momento se hubiera planteado la idea de lastimarla—. Tienes tanta energía que creo que en cualquier momento arrasarás con el mundo y te convertirás en una especie de deidad.
—Oye, es algo que hacen todas las madres.
Estaba de pie en la ribera del río, con el agua hasta los talones. Se puso las manos en la cadera y dejó que el viento que entraba desde la ladera le alborotara el cabello.
Con esa imagen Maggie se adentró en el agua y se olvidó por unos momentos de la gravedad y del oxígeno, sumergiéndose en el interior más profundo de la cascada, a donde el agua caía como un chubasco. Encima de su cabeza escuchaba el ruido silencioso de las gotas sobre la superficie y al salir se encontraba a tan solo unos centímetros.
Un día antes, había tenido que pensar en atender a su gata y luego se obligó a enfocarse en los hongos y en otras cosas. Le había ayudado a su madre a preparar una canasta básica para llevar a una anciana de las afueras y se aseguró de verter en frascos un ungüento de pasiflora, que Tori aprobó y decidió usar a la noche.
Braceando, miró a los rayos de luz e ignoró los ruidos de las personas que nadaban a unos metros. Y al volver la vista se encontró con Eric, que nadaba hacia ella. Ahora tenía el pelo un poco más largo y probablemente no había tenido tiempo de hacerse la barba tampoco.
Sin nadar más al fondo, Maggie le regaló su mejor sonrisa, pero sintió un leve escozor en los ojos. No sabía si a causa de Prudence o si de pronto tenía la esperanza de escuchar una buena excusa para no haber recibido noticias suyas.
—Mags, de todas las personas en este mundo —jadeó al llegar con ella y los dos nadaron hacia las rocas de la cala, lejos de la gente—, tú eres la única que creería haberse olvidado el cargador del móvil.
Con los ojos bien abiertos y la nariz escurriendo agua, Maggie se echó a reír y se sujetó de la roca más próxima. Eric no tardó en llegar y, sin atisbo alguno, le puso la mano encima de los dedos, cubriéndosela casi por completo.
—Lo siento, creí que en el hotel encontraría la manera, pero Carol...
—Sí, le pedí que te llevara al aeropuerto —confesó Eric—. Te habría llevado yo, pero no sabes lo que se me vino encima.
Maggie se sorprendió a sí misma al notar que estaban, por debajo del agua, tomados de la mano. Eric sacudió la cabeza como si estuviera actuando en reprobación a una escena pasada, de días antes.
—Espero que los trámites de la reserva vayan bien —dijo.
—Claro que van bien —respondió él, sonriente a su pesar—. Mi madre está un poco molesta porque le he dicho que no voy a casarme con Gaby y ella se había pensado toda mi vida.
—Ya veo.
—No me malentiendas —se apresuró a corregirla él—, sé que podría parecer que tuve que romper algún compromiso y eso, pero fue una idea loca que nació a partir de que empecé a salir en revistas de construcción.
—Es bueno saberlo.
—Maggie.
Estaban recargados en una roca gigante, negruzca, cubierta por la enorme sombra de un par de árboles. Eric tenía las cejas fruncidas y la miraba directamente a los ojos, como si quisiera escupir mil palabras a la vez.
—Conozco la sensación de no saber cómo explicarse.
—No, yo sé bien lo que quiero —espetó él, más sonriente si cabía—, es solo que quiero besarte, te extrañaba mucho, pero hay niños.
—Ay, Eric —acortó la distancia y lo abrazó, colgándose de su cuello.
Él la abrazó también y se quedaron así en el agua, sin decir nada por unos minutos. Maggie quería seguir por más tiempo, pero se apartó un poco.
—He traído a mi perro—sonrió Eric—. No lo he dejado esta vez, pensé que el aire le sentaría bien y puede estar mientras tú haces maletas.
Le puso la palma en el hombro, donde la herida de la quemadura le había cicatrizado.
—Bueno —Maggie dejó caer la mirada—, creo que no iré a ningún lado.
Él esperó, pero Maggie no tenía ánimos de tocar el tema.
—Creí que... No sé, si algo ha pasado que te haya hecho cambiar de opinión...
—Es que... no es algo que puedas solucionar.
Intentó sonreírle. Más allá su madre nadaba bocarriba, con las manos extendidas y el pelo suelto esparcido en el agua. La miró atentamente, contenta por haberla visto, pero sabiendo que tendría que recibir un sermón.
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Bruja
Romance«Bruja» llaman los habitantes de Duns a Maggie por vivir sola, encerrada y aferrada al recuerdo de su padre. Eric Wolf hace honor a su apellido y ha crecido en ITALO -corporación de construcción y bienes raíces- con sangre y sudor, con un plan de v...