Capítulo 43

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—Me acostumbré a que cada vez que te veo hay una especie de luz que irradia de ti —confesó, las cejas arrugadas—. La verdad es que me agrada la idea de poder escucharte.

—Lo sé, es algo que también hacía mi padre —dijo Maggie y se puso la sudadera.

Un par de personas yacían recostadas en una gran toalla y cuando ella se inclinó para tomar su mochila, vio que la mujer que debía de ser su madre salía del agua. Eric permaneció quieto unos segundos y sintió la nerviosidad aumentar en su espalda, un hilo de sudor o agua helados.

—Tori, es Eric Wolfe —Maggie la señaló.

Le extendió la mano, con cara de no saber qué decirle. Estaba bronceada y su cara era una oda a la paz interior, aunque tenía la mueca de quien no confía a la primera.

—Mucho gusto, Tori.

—Señor Wolfe.

—Prefiero que me llames Eric.

—Tienes cara de ser un señor en toda regla —repuso la otra, aunque con una sonrisa—. Ahora entiendo por qué Mags te guardaba aversión.

El comentario no hizo más que divertirle. Poniéndose su propia camisa, esperó a que ambas cruzaran un par de palabras y caminó a su lado a través del bosque. Había ya muy pocas personas y a medida que se alejaban de la cascada, Tori lo hacía de ellos, adelantándose como si la prisa que tenía estuviera relacionada con el mutismo de Maggie.

—Espero que...

—Lo peor de todo es que no dejo de sentirme culpable por algo que se escapa de mis manos. Sé que tú me entiendes, me entiendes tanto que ahora quieres consolarme.

Eric sonrió.

—No es consolarte lo que intento, si tu gata no se ha muerto.

—Aún —le lanzó una mirada—. Soy realista, es una gata vieja, pero la amo y mi relación con el duelo y las pérdidas sigue siendo tan bélica como la de Rusia con China.

—Maggie.

Ella lo miró, pero se la veía consternada, con un verdadero conflicto interno que a lo mejor no estaba lista para hablarlo y él no quería obligarla a sentirse mejor.

—Lo siento, no es la bienvenida que te mereces.

—Yo no te di la despedida que te merecías —dijo—. Así que déjame invitarte a cenar.

—Mmm. No lo sé.

—Por favor. Hay cosas de las que debemos hablar...

La miró y lo miró unos instantes, hasta que tomó el valor y estiró la mano para sujetar la suya. Ella asintió tras suspirar largamente, para seguir caminando y llegar a la parte trasera de la casa.

—Cuéntame qué sucedió con tus padres.

Esta vez Eric no sintió nada que le impidiera contarle que de niño le gustaba mucho acampar y que como pasatiempo le parecía que el camping y el rapel era lo más cool que podría haberse inventado. Le contó que su padre había estado dos días y se había quedado por primera vez en su departamento.

—Agradezco que no haya tocado el tema de mi silencio, aunque quizá debí pedirle disculpas.

—Se ve que es una persona receptiva.

—Lo es. Ah, lo invité a venir para que vea el antes y quizá se quede. Quiere tomar unas fotos y escribir un artículo.

—Es muy buen ensayista de la naturaleza.

—Ahora que lo dices —le recibió una taza de té— tal vez le puedas hablar de los hongos.

—Sí. Me encantaría.

Tori salió de su habitación y se fueron a sentar a la salita, de donde Maggie levantó a Prudence, enredada en una manta. Los ojos del animal estaban cristalizados y no ronroneaba como la última vez.

—El veterinario dice que son los riñones —comentó Tori, mientras Maggie le daba una píldora disuelta.

Eric se quedó mirándola con cuidado y le dio un sorbo al té.

—Mamá no puede quedarse a cuidarla tantos meses y mi viaje estaba planeado para durar un año.

Tori cruzó una pierna y apretó los labios, pero dijo—: Maggie, bien puedes pagar a una persona. No te compliques la vida.

La aludida se limitó a observarla. Pero Eric ya había visto a Maggie contenida antes y la sensación no le agradó en absoluto.

Las escuchó discutir si alguna debía de posponer sus planes. La madre de Maggie decía que no podía hacerlo, que llevaba tres años encerrada allí y no estaba de acuerdo. Para la sensibilidad de Maggie, la idea de irse y dejar a su gata con un extraño, y regresar para darle sepultura.

—Esto... —musitó—. Yo puedo cuidarla. 

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