Capítulo 45

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Frente a la explanada donde habían acomodado una pancarta para los dos ingenieros que dirigirían la obra y la expedición con los contratistas, Eric sacudió la cabeza y, acalorado, se quitó el casco de trabajo al oír la explicación de Carol ante la cancelación de una de las franquicias.

—No te preocupes, conseguiré otra —dijo su asistente y le palmeó el hombro.

—Gracias, ve a comer, nos vemos por la tarde —revisó su reloj y arrugó las cejas.

—Ah, ya.

—No es lo que estás pensando.

—No, si tú puedes pasar el tiempo que quieras con la señorita Camil. Ya que Diane no te dejó cortejarla con toda la pompa merecida.

La ignoró y arrojó el casco a la parte trasera de la camioneta, mientras se echaba a andar en dirección de la casa de Maggie, a quien distinguía en el porche, con la gata en el regazo.

Una vez lo suficientemente cerca, se detuvo a mirar. Había algo especial ese día en ella y el estrés del contratiempo no daba para comparar lo seguro que estaba de esa decisión.

Ella lo distinguió a mitad del camino de piedra y le lanzó una mirada cortés, aunque desanimada. Se sentó en el pasamanos y se limpió el sudor con un pañuelo.

—No tienes buena cara —dijo, bajando la mirada hacia el pelaje de Prudence.

—Podría decir lo mismo.

Maggie bajó a la gata al suelo y ambos la observaron marcharse, con ese paso lento y el pelaje erizado.

—Mamá se fue —le soltó.

Eric se mantuvo callado y Maggie se levantó. Entraron en la casa al tiempo que alguien encendía una de las máquinas en la lejanía. Ella estaba acomodando ropa en una maleta y él sentía que no tenía el derecho suficiente de poner un pie dentro.

Hasta que se sentó en el borde de la cama y lo miró, sonriendo con desgana.

—Es un poco extraña, pero qué más da. No puedo enojarme con ella.

—Ni yo.

—Mags, aun así espero que no canceles tu viaje.

—No lo haré. Es algo a lo que estoy acostumbrada.

—Bueno, lo entiendo.

Iba a anochecer dentro de poco, y por las cortinas de la habitación de Maggie pasaba apenas un atisbo de luz. Su lámpara emitía una iluminación que opacaba sus pecas. Eso lo obligó a acercarse y sentarse a su lado.

—Stan vendrá a revisar el invernadero una vez por semana. Por los hongos no te preocupes, mientras nadie profane el huerto en mi ausencia...

—Seguirá intacto hasta que regreses.

Sujetó su mano y permitió que ella recostara la cabeza en su hombro.

—Tengo todo listo —masculló ella—. Solo me hace falta algo...

Se reclinó y, sonriendo, lo miró a los ojos. Élpuso su mano en el contorno de su rostro y la atrajo suavemente, hasta que rozósus labios con un beso.

BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora