Capítulo 44

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Como mecanismo de defensa, evadir la charla sobre Prudence era buena idea, pero Maggie sabía que con el carácter de Eric no lo podría hacer por mucho. Caminaron en la acera hasta la tiendita de Andrew y él le abrió la puerta sin cambiar la expresión. Aliviada por tener un par de minutos más, le entregó una nota al tendero y se despidió de él sin mediar palabra. Al volverse vio que Eric tenía entre las manos un frasco.

Carraspeó.

—Se acaban rápido, no sé qué pasará cuando me vaya —dijo, temerosa.

Eric hizo una mueca y la miró, dejando el frasco en su sitio.

—Volverás a hacerlas. Sería bueno que pienses en enseñar a alguien a prepararlas.

—No creo que enseñar las recetas de papá sea buena idea.

—Entonces nadie lo sabrá nunca. Supongo que es lo mismo con Prudence. —Salieron del local y ella lo miró por el rabillo del ojo—. En serio, estás muy rara, y pensé que esta sería una cita en toda regla.

Maggie no logró contener la sonrisa. Se encogió en sí misma unos segundos y continuó caminando, sumergida en sus pensamientos hasta que estuvieron en la puerta del restaurante.

—Lo lamento, no quiero que creas que soy malagradecida. Es solo que...

—Sería un trato justo: me rentas la casita y cuido de tu gata enferma.

—Requiere medicamentos, Eric, y tú serás un hombre ocupado los siguientes ocho meses por lo menos.

El capitán del restaurante los guio hasta una mesa y él esperó a que ella estuviera sentada para hacer lo mismo. Alguien había dejado antes dos copas de vino blanco, y en la mesa había dos hojas engrapadas.

—Oh, Dios —dijo en cuanto pudo hojearlas.

—Sí, es la lista de las franquicias que vendrán a ver el terreno. Hay demasiados interesados en esto, tenemos que elegir.

Maggie lo miró y dejó las hojas sobre la mesa, pensando que la cena sería muy difícil de llevar si él seguía comportándose de esa manera tan linda. Conocerlo había sido quizá lo mejor que le pasara desde haber abandonado la universidad, y ninguno de sus recuerdos sobre chicos era tan grato como Eric pidiendo vino dulce, afrutado y blanco, y acompañarlo con la lista privada de gente que quería formar parte de un proyecto tan importante para ella. Sin embargo, la sola idea de participar hacía el obsequio algo pesado, como si la comprometiera y eso requiriera tomar una decisión.

Ella sabía que el coqueteo entre los dos y su relación estaba allí, pero no había confiado en la idea de verse correspondida. Hasta que vio a Diane Italo y la mujer que la acompañaba, esa con la que la familia esperaba ver casado a Eric.

A ciencia cierta, le desagradaba la idea de pensarlo viviendo con una chica que debía de levantarse tan temprano para preparar una rutina, pero decidió que el pensamiento era un juicio que venía desde los celos y no desde su parte con sentido común. Ya que Gabriela era hermosa, se la veía inteligente, y además era rica. Justo el lado opuesto de ella, que realmente no tenía un estilo propio, y si lo tenía, era poco en comparación...

—Gracias por contarme qué tipo de relación tenías con ella —dijo cuando se dirigían al Valle.

Después de que él apartara la plática de todos los negocios y los pendientes, incluso de Prudence y el ofrecimiento, empezaron a charlar sobre ellos. Llanamente. Y Maggie había descubierto que le gustaba que Eric se pusiera parlanchín y pesado con su forma de vida; le gustaban las velas aromáticas y odiaba que su vecina tomara el periódico sin su permiso. Por otro lado, había ido a dos escuelas religiosas de pequeño, antes de que sus padres se divorciaran, y olvidaba a menudo traer barras energéticas del súper, cuando tenía tiempo de hacerlo, así que Carol se las surtía como gratificación por no despedirle debido a sus continuas tardanzas en el trabajo.

—El camino está limpio ahora —señaló, habiendo aparcado en la verja—. Podríamos dar un paseo con linterna.

Ella asintió y se bajó del vehículo. Miró hacia el porche e hizo una mueca al percatarse de que su madre no había encendido las luces, pero prefirió ignorar el desliz: Tori no era la dueña de la casa y prácticamente estaba allí de visita, lo que no le daba la responsabilidad de tener las mismas atenciones que su propietaria.

De entrada al camino del bosque, por el sendero ondulado y con un silencio adormecedor, Eric encendió una linterna. En realidad, no iluminaba mucho pero servía para ver por dónde estaban caminando.

—Tal vez te pueda enseñar cómo es que queremos el teleférico —comentó él.

—Falta mucho para el puente —Maggie dijo.

—Lo sé, pero no quiero regresar al hotel sin haber llegado a un acuerdo.

Se miraron un momento y al apartar su atención, se detuvo en mitad del camino.

—Es algo inadecuado para el tipo de relación que tenemos tú, tu empresa y yo.

La sonrisa de él fue de placer y se ensanchó al acercársele. Había levantado un poco la linterna por lo que, aparte de su silueta y su sombra alargada en el sendero, todo lo demás era oscuridad y aullidos del viento.

—No es inadecuado. Me besaste y te besé y las únicas veces que me he relajado desde que me gradué, han sido contigo. Si algo hay inapropiado en esta vida es dejar pasar la oportunidad de devolverte el favor. Y quiero que vayas a ese viaje para que escribas mil libros si eso te hace feliz.

Arrugó el entrecejo.

Sin saber bien cómo replicar ante ello, cerró los ojos.

—Hazlo solo si no es por obligación.

—Que no.

—Pero tampoco te permito que me niegues llamadas.

—Hablaremos todo lo que quieras —contestó al instante y su seguridad comenzó a contagiarla—. Incluso descargaré esa horrenda aplicación verde si tú me lo pides.

—Eso es lo que no quiero. Me niego a que hagas algo solo porque te lo pido.

—Voy a cuidar de tu gata porque está enferma y porque... La verdad, si se refiere a sentimientos, es la única manera en la que voy a poder decirte cuánto me interesa seguir contigo.

—¿Estás leyendo poesía o algo así?

—Que se congele el infierno.

Maggie se rio.

—Ya en serio, aceptaré únicamente si es por... nosotros. Si es como si estuviéramos...

—Me interesa empezar a estar contigo, si es lo que quieres decir.

A eso no logró responder, sino que se mordió el interior de la mejilla y vio que él se le aproximaba. La rodeó con facilidad hasta que la tuvo presa de un abrazo menos paciente que en otras ocasiones y, antes de besarla, cerró los ojos.

—Gracias a Dios que ninguno de los chicos te pudo convencer...

Sonriendo, apoyó sus labios en los suyos y lo dejó ser... de momento. 

BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora