Capítulo 28

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El perro se recostó en el pasto y Eric lo imitó sin soltar la pelota morada. Se suponía que era un juguete, pero casi todo el trayecto para el paseo de su mascota la llevaba él en las manos, mientras el can caminaba a su lado sin alejarse mucho tampoco.

Ambos observaron el horizonte, la línea del mar que quedaba ya demasiado lejana. El cielo tenía un color purpúreo por las nubes que se habían aglomerado debajo de los rayos del sol.

Le acarició la cabeza al perro y sonrió al recordar a la gata que había cargado unos días antes. Estaba segurísimo de que a su compañero no le haría ni pizca de gracia que se dejase tocar por un ser tan raro... Pese a que la minina parecía muy simpática.

Y se sentía un poquitito orgulloso de reconocer que se habían caído mutuamente bien...

Antes de huir de su departamento, luego de mantener una serie de minidiscusiones con Gabriela, se encontró comparando el comportamiento de ambas mujeres, una cosa en verdad desagradable; Maggie y Gabriela no se estaban disputando su atención ni mucho menos porque las dos desconocían su existencia, lo que lo hacía sentir seriamente culpable... Infiel.

—No es infidelidad —le dijo al perro, que ladeó su cabecita para mirarlo—. Está bien, no es buena excusa, pero yo nunca le dije a Gabriela que sí me iba a casar con ella. Dios, ni siquiera la he tocado. Y Maggie... —Resopló—. A Maggie le gusto para amigo, que me lo ha dicho, eh.

La lengua de su amigo colgaba desde su hocico, dejando unas gotas de baba colgando de la punta.

—Pero sería lo indicado, ¿sabes? Maggie y yo somos muy distintos y vendría a ser como intentar poner las piezas incorrectas del rompecabezas. No se lo merece. —Sacudió la cabeza. Era una charla íntima que no admitía reparos; su consciencia era ya lo suficientemente crítica—. Gabriela y yo crecimos juntos, nos rodeamos de la misma gente, trabajamos en lo mismo, prácticamente; es el destino.

Comenzaba a oscurecerse, y de pronto recordó que no había preparado el equipaje. Había vuelto por la mañana y Gabriela, tras recogerlo del aeropuerto, le hizo una lista de camino: le habló de las cosas que se les venían encima, sin antes habérselo imaginado. Era directa y sencilla a la vez, sabía lo que quería y era obvio que añoraba las acciones de su padre. Sí, a ella le iban a dar el mismo porcentaje después de formalizar un compromiso.

Lo hacen porque quieren lo mejor para nosotros.

—En cuanto entregues el plano voy a convencer a mi padre de que te ceda las acciones. Así, cuando hagamos una fiesta de compromiso, no se verá como que fue un regalo de bodas.

Sin querer sus palabras habían sonado muy sugerentes, por lo que le dirigió una mirada, tan cándida como le permitió su humor. El calor era insoportable y apenas podía con la frustración por el ridículo de la noche en la casa de Maggie.

—Parece que te has convencido de ello —soltó sin más.

Gabriela apretó el volante del auto. Faltaban unos cuantos kilómetros para llegar a su casa, y Eric sentía que era una distancia demoledora.

—Lo decía porque no me apetece salir en las revistas del corazón.

—Mi madre está casada con tu padre hace años —replicó con sorna—. Será muy natural mi incorporación a la junta, es lo que se espera... Y me lo merezco.

Por unos instantes ella no dijo nada pero acabó espetándole—: En ninguna empresa te dan algo así porque «te lo merezcas». Es una cuestión de familia no de meritocracia.

—Sí, todo queda en familia, Gaby.

—Oye, me parece que ese lugar te está sacando a golpes el buen humor.

—En eso estoy de acuerdo —dijo y se frotó la cara con una palma de la mano—. Estar allí me frustra.

—¿Hace demasiado calor?

—No, de hecho el clima es perfecto. Y huele de maravilla.

—Quizá sea la época.

—No tengo problemas con el polen.

Era consciente de que Gabriela solo intentaba amilanar la situación. Era una cosa de vida o muerte porque no tenía ganas de explicarle que aquel desagrado se debía a la inútil comparación que no podía evitar hacer entre la vida de Maggie y la suya.

Era una mujer hermosa que quería irse de viaje por el mundo en busca de las musas de la inspiración; no sabía por qué, pero le causaba gastritis imaginar que seguramente se llenaría de pretendientes nada más asomar las narices por cualquier lugar que no fuera la traumática y supersticiosa Duns. Habría gran variedad de hombres por esos sitios; sí, hombres que no serían tan cerrados y aburridos, y que además sabían elegir buenos vinos para acompañar...

—¿Y qué opina Junior acerca de este compromiso?

—Opina lo que opina la gente que cree en las brujas.

Incómodo por la respuesta, miró por la ventana del coche. Sonaba una canción de la cual no conocía el título, pero se volvió para subir el volumen como si quisiera disfrutarla.

Era como una metáfora. 

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