Capítulo 32

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Martin hizo una seña y el conductor del taladro, Carol en esa ocasión, movió la palanca. El circuito empezó a hacer ruidos y cada centímetro que descendía en la tierra era una aproximación a la cita que tenía en un par de días, con la junta y Maggie.

Asintió para demostrar satisfacción y se cruzó de brazos. A su lado, Arthur hacía anotaciones con las muestras anteriores del suelo, las que lindaban con el bosque.

—Bueno, una más y ya está —dijo, mirando alrededor con un suspiro—, no es que me guste el calor pero pasar tiempo en este sitio me despejó la mente.

—O comer la comida de Maggie.

—Soy un hombre soltero con un jefe malhumorado, no puedes pedirme que no valore las dotes culinarias de nuestra anfitriona.

—No sé cómo voy a olvidar esos panqueques de queso y jamón —replicó Martin, acercándose a ellos. Llevaba su mochila abierta.

Eric distinguió un par de frascos en el interior, así que se inclinó a verlos. No tenían etiqueta y estaban llenos de una sustancia de consistencia mantequillosa.

—Ah, le he hablado de los dolores musculares de mi madre —se explicó él—. No son tan caros si verdaderamente funcionan.

—En las reseñas de lo único que se quejan es que no quiera decir cómo los prepara —añadió Carol, luego de haber sacado el taladro del suelo.

En su lugar había quedado un enorme hoyo, de cuya profundidad asomó tierra húmeda y de color negruzco. Arthur se inclinó con una ganzúa, extrajo lo que parecía ser una muestra de lo más hondo, donde había más humedad, y se aplicó a guardarla en el contenedor que la química le había dado días atrás. Había dos retroexcavadoras ya sin uso, que serían almacenadas en las bodegas del propietario, en lo que iniciaban las órdenes de construcción.

Martin se colgó la mochila del brazo y analizó su rostro.

—Será un gran proyecto —dijo—. La idea de la calicata ha sido estupenda y si no me lo hubieran dicho, habría pensado que esto fueron vacaciones.

—No tienen que ser amables conmigo —dijo de pronto.

Los notaba distintos desde que se pusieran aquella borrachera que lo llevó a tener un ataque de sinceridad. No a menudo le pasaba, pero era verdad que se sentía diferente tras ello. No le costaba mirar a sus compinches y si quería expresar una opinión referente al trabajo, no sentía ese miedo de que fueran a creerlo regañón, y otras tantas cosas. Sí era raro y difícil, pero ya no vergonzoso al menos.

En su lugar, hasta Carol había cesado de apostillarlo con sus comentarios, y su actitud, aunque igual de pesada, era la de una persona que le sabía demasiado.

—No estamos siendo amables, es que de verdad esperamos con ansias ver este sitio terminado —masculló Arthur, gimiendo al levantarse de sus cuclillas.

Carol se quitó los guantes de maquinaria y le sonrió.

—Estoy pensando que en cuanto Maggie firme podemos llevarla a cenar, los cuatro —les propuso.

—Eso me agrada —dijo al instante—. Nada más hay que pensar en algo que sea lo suficientemente expresivo, que se ajuste a lo que ella nos ha dado.

El taladro aún estaba conectado a la máquina, así que Carol se apartó de su lado y se dispuso a beber agua del termo que le acababa de quitar a Martin. Este no puso objeción alguna, pero señaló:

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