Capítulo 17

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—Ni loco —exclamó Eric.

Lanzó una mirada de horror al vacío que se expandía muchísimos metros debajo de él. El puente colgante tenía alrededor de cien metros y, aunque no era un verdadero cañón, parecía ese tipo de aberturas vestigios de Pangea.

Maggie, cargando su mochila para acampar, se acercó a la orilla y lo miró directamente a los ojos, después de esbozar una sonrisa.

—Vamos, si no está tan alto —se rio—. Creí que con tu trabajo estarías acostumbrado a las alturas.

—Pero me aseguro de que haya medidas de seguridad rotundas. Ese puente se ve... improvisado.

—Entonces no confías en mí. —Ella miró al puente como si fuera un alguien en lugar de algo y Eric le hubiese faltado al respeto—. El puente fue hecho por expertos del pueblo. Además, cientos de personas lo cruzan para llegar al salto de la cascada, y no podremos acampar si no lo cruzamos. Tú decide.

Él se pasó una mano por el cabello, alborotándose los mechones oscuros del fleco, que iba ligeramente más largo que el resto. Maggie se veía tan tranquila que, intimidado por la idea de caer desde esa altura hasta impactar contra las rocas del río, soltó todo el aire que tenía contenido y dio los primeros pasos.

Maggie fue rápidamente detrás de él.

—¿Sabes? —la escuchó claramente a sus espaldas. Las tablas del puente crujían a cada paso y las lianas de las que estaba hecho se fruncían contra sí. Eric prestó atención con la esperanza de que su historia lo distrajera—. La primera vez que mi padre me trajo, tendría como unos siete años. Fue la primera vez que mi madre se marchó a uno de sus Sabbath. El término le dio escalofríos, y sin querer lo relacionó de inmediato con Salem, brujas y puritanos, pero se obligó a guardar silencio. Llegaron al otro lado y Maggie alcanzó a espetar en voz baja, casi como si hablara para las montañas y no con él—: Mi padre dijo que podía sentirla en la tierra y el aire. —Soltó una risita amarga—. No es algo que se le deba decir a un infante, pero valió. Me lo creí. Desde entonces —echó un vistazo al esplendoroso alrededor—, mi madre es mi heroína. Imagínate, la podía encontrar en la naturaleza.

—Un cuento de hadas cualquiera —comentó Eric—. Habría sido igual que te contasen lo del príncipe azul y todo eso.

—De los males el menor, dicen.

—Ahora que estamos aquí —en una explanada, Maggie se desprendió de su mochila y la arrojó al suelo, sin importar la tierra—, me vendría bien un trago.

Se puso a inspeccionar lo que había alrededor de ellos. Mientras Eric se hacía cargo de los enceres que cargó él desde la casa, se percató de que más adelante se encontraba una hondonada llena de árboles; recordó, de las pocas charlas con su padre que tenía guardadas bajo candado, un comentario de su tío Arnold, que aseguraba lo inseguro que sería acampar en un lugar justo debajo de una colina. Ellos estaban en el lugar que quedaba más expuesto a la intemperie, por lo que en la noche verían las estrellas y todo eso. No sabía qué cosas le podían salir a Maggie de la manga, pero rezó en silencio para que no se le ocurriera de nuevo empezar con lo de la educación.

Por si no había tenido suficiente con ser el mesero personal de Gaby, la noche anterior, se sintió más que como una pareja, un menú de cualidades perfectas. Toda la gente de ese aspecto era aburrida y de modales refinados hasta el cuadrangular, lo que le otorgó una vista panorámica de sus verdaderas intenciones.

Eric era un constructor prominente, además de un arquitecto prometedor para la industria, pero no tenía una fortuna propia y, para la hija de un magnate de los bienes raíces, no debía de ser un buen partido visto de ese modo. Con el ego herido, se bebió dos tragos sin el permiso y la supervisión de su «novia» y madre, que nada más verle la corbata floja, se acercó con una sonrisa.

Se preguntó, si tuviera una madre o hermana como Maggie, qué habría pasado en esa misma situación.

—... Es perfecto para una acampada nocturna, aunque me gustaría dormir en los sacos nada más. Sé que para ti puede ser un dolor de muelas, pero te prometo que será una experiencia como cuando éramos niños y trepábamos en los árboles. —Maggie le dirigió una miradilla, que apartó en el acto, quizá porque desde que salieron de su casa anoche, ambos se hicieron conscientes de lo peligrosas que eran las conversaciones, bebidos, y por la noche—. Mi padre era un hombre de los bosques, crecí entre ramas y rocas, no todos tienen que pensar como yo.

—Tengo la leve impresión de que ahora piensas que viví una infancia incomprendida —dijo él. Estaba desdoblando las casas de campaña, al tiempo que se reía de sí mismo—. Mira, Mags, es verdad que no tengo un buen sentido del humor, pero amo a mis padres. Están divorciados hace demasiados años como para que yo piense en ello.

Ella no pareció creerle, sin embargo lo escuchó con atención. Sus ojos enormes examinaban la experta actividad de sus manos a cada vez que sacaba un tubo y tiraba de la tela de nylon.

—Ah, por eso el mal humor continuo —dijo.

Eric sacudió la cabeza, sabiendo que si seguía por ese camino, lo más probable era que acabase temblando por el drama y chillando como bebé al reconocer que quería, desesperadamente, tener la tranquilidad que ella. Si a eso le agregaban unas botellas de vino... Ni Dios lo quiera.

—Todos estos días no he parado de irritarte y hablar hasta por los codos, pero tú no me has contado nada, pese a lo mucho que deberías estar tratando de convencerme de lo buena persona que podrías ser y las manos tan limpias en las que quedarán mis tierras.

—Tú ya decidiste venderme —masculló él, mirándola, en cuclillas; Maggie arrugó el entrecejo—. Carol dice que me estás probando. Sinceramente siento que no tengo que convencerte de nada, te estaría subestimando. Es un buen negocio y tú no puedes hacerte cargo de algo que no sean tu carrera literaria y los ungüentos.

—Te voy a dar el crédito por eso —le apuntó con un dedo—, pero ¿cómo lo supiste?

—No me mires a mí —se carcajeó—. Caroline es buena haciendo su trabajo, y también te ha sondeado. Se sabe tu expediente al derecho y al revés.

—Sí, me di cuenta cuando me trajo esa canasta con quesos y golosinas. Si fuera hombre me habría tentado.

Por la novedad de sus palabras, Eric dejó su tarea, nervioso de pronto. Arqueó las cejas antes de poder hilar un pensamiento que no tuviera nada que ver con Maggie, vino y quesitos. Aparte, no quería sentirse como un pervertido que, nada más ver a una muchacha, se desplomaba de calentura. Él no era así.

Y tampoco había tenido, nunca, una relación de amistad —empezada, claro, claro— con nadie, no al menos desde la universidad. Tristemente para él, no se había visto con nadie después de graduarse con honores y marcharse directamente a México para ayudar a Josh con un contrato en Los Cabos.

—¿Dices que un hombre que te da vino y dulces es capaz de tentarte?

Maggie estaba bebiendo de una botella de agua. Al terminar, estaba sonriendo; hacía tres semanas, tras conocerla en persona, su sonrisa, las sonrisas tímidas que le dio, eran más bien de una persona que no tenía muy claro qué hacer. Quizá, porque no lo conocía. Y era un poco aterrador saber que ahora sonreía con más holgazanería.

Eso quería decir que, a lo mejor, lo había leído ya...

Quizá sí tenga algo de bruja.

—No, digo que un hombre con las suficientes neuronas para saber cuál es mi vino favorito, o para notarlo, me tienta. —Ella negó con la cabeza, se sentó en sus talones y se puso a ayudarla con los tubos de la casa—. Ahora te quito ese crédito; la idea del vino fue de Carol.

—No debí confesártelo.

Ella se limitó a sonreír, pero con un vistazo fue más que notorio el colorete de sus mejillas. Se había sonrojado hasta la frente y las pecas en su rostro hacían un contraste de extravagancia y dulzura bastante curioso. O que no había visto en nadie.

Al ponerse de pie de un salto, con el corazón al galope y una idea en la cabeza, Eric se preguntó si era oportuno que mencionase la fiesta de compromiso acordado a la que había ido el domingo. O sea, la suya.

O sea, el motivo de ese mal humor que ya todosconocían. 

BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora