Capítulo 24

901 189 2
                                    





... Es nuestro placer informarle que usted ha sido aceptada.

Atónita, una Maggie de dieciocho años releyó la frase que encabezaba el cuerpo de aquella misiva. Después de haberla esperado por alrededor de tres meses, se vio en la obligación de ir a la oficina postal casi cada fin de semana tras haber enviado sus solicitudes.

Era la segunda que leía. De las otras dos no tenía idea, pero le bastaba con Berkeley y Laurent, ambas universidades prestigiosas. Una en Sacramento y otra en San Francisco. Una en el campus de psicología y la otra en literatura. Para ese momento no le molestaba haber entrado en psicología, pero una parte de sí confiaba en sus ensayos. Sin embargo, le quedaba más próximo San Francisco, y ya la idea de decírselo a su padre era tan difícil como había sido tomar la decisión de enviar las solicitudes.

Como solía dejar la puerta de su pequeña habitación abierta, Tori entró parloteando algo por la bocina de su teléfono. Había una sonrisa candorosa dibujada en sus labios y, en el instante de detenerse frente al escritorio de su hija, sus ojos se iluminaron con un atisbo de franca felicidad.

No era el tipo de algarabía que le provocaban las copas de vino ni los payes con almendras, sino el regocijo de una madre al saberse genitora de una hija valiente, que iba en contra de los tabúes ya por naturaleza propia.

—¡Te han aceptado! —gritó, uniendo sus manos en forma de santiamén.

Maggie la observó dar un salto y después de fruncir el ceño corrió hasta la puerta para cerrarla. Su padre se encontraba en el invernadero y aún no se creía capaz de contarle nada acerca de su partida a la universidad.

—Tenemos que emprender la venta de los ungüentos cuanto antes —señaló Tori, recargando la cadera en el filo del escritorio.

Maggie se acomodó el cabello de los costados del rostro, para dejárselo completamente al descubierto. Su madre, que además de haberla parido también era afectivamente cercana a ella, enfurruñó el gesto. Su semblante aprensivo le otorgó a Maggie una señal divina de que no estaba siendo egoísta. Tori era la persona más libre que conocía en el mundo y no sabía de un criticismo que hubiera hecho nunca. Nadie jamás había doblegado su espíritu por lo que su personalidad extrovertida la hacía parecer veinte años más joven de lo que en realidad era.

—Estoy leyendo miedo en tus ojos —le señaló, como si Maggie no fuera consciente de sus propias emociones.

Quizás en algunos planos astrales era antinatural que una madre como ella y una hija como ella, tuvieran ese tipo de comunicación casi telepática, pero si pretendía ser sincera consigo misma, siempre terminaba concediéndole algunos dones de la mente.

Maggie consideraba que no tenía edad para reconocer aquellos sentimientos que la golpeaban cada vez que se trataba de «decepcionar a papá».

Y papá no había ido a la universidad aunque fuera un hombre cultivado y de mundo. Para su familia, o al menos para la descendencia chamánica de su padre, la experiencia y el realismo eran las verdades más sanas de la Madre Tierra. Sin embargo, de lo poco que la había dejado salir de Duns, las ansias por cumplir los veintiún años se habían incrementado hasta el grado en el que ya no importaba que hubiera tenido que meter esas solicitudes becarias a escondidas.

—Mamá, tú sabes que valoro...

—Antes de que lo digas, no se puede vivir para complacer a las personas. Mucho menos si a quien tienes que complacer es a tus padres. —Se cruzó de brazos como si estuviera verdaderamente ofendida—. No confundas el amor que nos tienes con la dependencia. Además...

BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora