Capítulo 22

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Maggie les temía ferozmente a dos únicas cosas en su vida: a la página en blanco y a los imbéciles. El primero se había convertido en su compañero y en sí no era que siguiera bloqueada. Estaba enojada con esas páginas de la bendita novela que tenía en pausa. Por el segundo no sentía miedo en términos generales, sino más bien un dolor penetrante, un recuerdo que le quemaba desde los pulmones hasta la garganta.

—¿Cómo has logrado vivir con ese apodo desde siempre?

—Desde siempre no —Maggie respondió. Estaba de pie en la boca de la formación de agua donde caía la cascada. El ruido hubiera podido insonorizar todo a su alrededor, pero no fue así. Sumergiendo las piernas hasta las rodillas, continuó—: En realidad la mayoría del pueblo era tan escrupuloso que cuando era niña no se molestaban en mirarme siquiera. Además, el apodo viene de cajón con la propiedad.

Eric hizo una mueca, y Maggie pensó que estaba fingiendo entender esa parte de la historia, a pesar de que nada lo obligaba siquiera a intentarlo.

—La gente del pueblo debe de ser supersticiosa o ignorante si no creen en las plantas medicinales.

El agua le llegaba a la cintura. Los golpes provocaron que Maggie hablara algo por lo bajo sin que él lo oyera, pero de inmediato se encontró gritándole que se sumergiría. Él no apartó la vista hasta que, debajo de las ondas de agua que se mecían con el flujo continuo de la cascada, se vio que hacía lo mismo.

—Sinceramente —escupió al surgir, respirando profundo—, hace tiempo que no me preocupa si sus prejuicios y ataques son por estupidez o ignorancia o una mezcla de las dos.

Eric había salido también. Tenía puesta una camiseta blanca y un short negro que de seguro le habría sacado a alguno de sus compañeros. Arthur lo igualaba tanto en altura como en masa corporal, por lo que no era difícil imaginarlo en esa ropa. El material de los pantaloncillos se le pegaba a sus piernas debido al agua, así que la visión era más bien afrodisiaca.

Ya que había pasado muchísimo tiempo desde la última vez que compartiera la cama con alguien, atribuyó a sus observaciones una cosa... natural, sí.

—Mmm —murmuró él, que, con la palma de la mano, se echó agua en la cabeza—. Me gustaría que mi nivel de estrés tuviera ese punto de inflexión.

—No es tan complicado si te lo piensas.

Él se encogió de hombros.

—Sí, si has crecido con una familia en la que tus relaciones están vinculadas por tu capacidad de cumplir expectativas —replicó—. No me quejo de no haber recibido amor...

Sonaba a una recriminación, probablemente por su charla en el mirador de la colina, de manera que Maggie sonrió de oreja a oreja. Eric era una persona que le causaba mucha curiosidad, y asimismo había despertado en ella las ganas de crear otra vez. Si jugaban al teléfono, comprendió divertida, lo más seguro era que se pasaran de un mensaje al otro cruzando por diez acusaciones que nada tenían que ver con el inicial.

Sentía que si ella hablaba de niños con pelotas en mitad del río, Eric respondería con una justificación de por qué su madre no lo dejaba jugar con el resto de los infantes de su edad. Pero de su padre nada. Era que se abstenía de mencionarlo o su relación estaba frita.

—Leí un libro donde te dan cuatro reglas básicas para vivir —le contó, desviando el tema—, una es muy útil y es no asumas. Así que no asumas que estoy pensando algo de ti que no es. Y al final qué te pueda importar a ti lo que yo crea sobre tu madre y su obsesión porque seas el hijo perfecto.

BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora