Capítulo 1

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—La gente dice que es una bruja —exclamó el agente Tim.

Era su mejor vendedor de bienes raíces. Al levantar la vista, Eric no supo si reírse o echarlo de su oficina. Tenía demasiado trabajo y, cada vez que miraba el calendario, había transcurrido un día más para la fecha límite en la que tendría que entregar los planos preliminares respecto al parque temático.

Y no podía continuar con el plano sin antes visitar el suelo. El cual, por cierto, los propietarios se negaban a vender.

Eric casi nunca se equivocaba el elegir un predio, ya que entre sus opciones tampoco escogía aquellos lugares que se encontraban encima de mantos acuíferos o zonas arqueológicas. De manera que, la renuencia de esta persona al no aceptar la oferta —sustanciosa, eso sí— era más bien particular.

Además de exasperante.

Hizo a un lado la carpeta que contenía dos contratos para la renta de maquinaria especial. La empresa contaba con la suya, pero era mucho más rentable pedir servicios a algún independiente de la zona, que trasladar la propia hasta San Diego.

—Una bruja.

—Señor, sé que...

—«Pero» no es una oración.

—Lo sé, sé que es un trato que debería de ser atrayente para cualquiera, pero la chica es... Bueno, la mujer esa es... Eh... Firme.

Eric entornó los ojos y dijo, en tono de ironía—: Firme, ¿eh? La mayor parte de esas tierras están desoladas por el abandono. ¿Le has dicho que somos amigos de la ecología y que estamos avalados por las asociaciones ambientalistas más prodigiosas?

—Sí.

El vendedor cambió su peso de una pierna a la otra, circunspecto pero nervioso. Acto seguido, le entregó un sobre. Era el del cheque que, personalmente, Eric le había entregado luego de que el tercer vendedor regresase con la cola entre las patas. Si bien al inicio, hacía ya un mes, había mandado a un chico inexperto y amateur en el ámbito, su pensamiento era que aquel no sería un trabajo duro, como sí lo era pelearse con comunidades Inuits, o reservas, o gente en santuarios. No, aquel bosque no tenía una cosa mágica para defender. No habría tala de árboles, ni maquinaria exuberante.

El parque era nada más y nada menos una obra que estaba determinado a llevar a fin para enaltecer la reputación de la empresa. El alza en el interés de los viajeros por acampar y dar paseos en descampados iba en aumento y él pretendía aprovecharlo. Sin embargo, dudaba mucho de que ninguno de los emisarios de ventas diera en el clavo. Tal vez se habían topado con una de esas personas comunistas, en contra de los capitalistas como ellos. En su interior, tenía el presentimiento de que no era tan grave como aparentaba la cosa.

—Vamos a ver qué es lo que les intimida tanto. En la cuestión de las ventas todo es acerca de la presentación y el trato personal. ¿La invitaste a cenar?

Claramente ofendido, el vendedor fingió que se ajustaba la corbata, aunque Eric vio que la tenía perfecta alrededor del cuello de la camisa, que también estaba bastante pulcra.

Sonrió, más para sí mismo que por lo divertido que le parecía que su más experto hombre en vender lo que fuera, hubiese regresado a su oficina con un cheque...

Abrió el sobre que le acababa de entregar. Dentro, había unos trozos de papel. De una orilla, reconoció el membrete del banco y también el de la empresa; asintió al entender que la dueña de las tierras, quizás, era más testaruda de lo que se podía imaginar.

Lo cierto era que su imaginación andaba un poco rancia por esos días...

—Tienes ahí su número, supongo —dijo tras suspirar.

El vendedor abrió los ojos, pero se recompuso al ver que no estaba bromeando en absoluto. Alzó las cejas para increparlo e, impaciente, aguardó a que él caminara en su dirección, puesto que se había levantado y ahora estaba detrás de su escritorio.

—Señor...

—Ya basta, Tim.

—Solo... déjeme decirle algo sobre ella.

—Las brujas no existen. Si la mujer es fea, otra cosa le podemos ofrecer.

Tim sacudió la cabeza con fervor y adujo—: No es fea para nada. Sin embargo, su carácter...

Eric levantó el teléfono y marcó. Mientras esperaba los tonos, contempló el aspecto cansado del agente, que negó con la cabeza. De verdad se veía avergonzado, sí, pero Eric no creía que...

Los tonos cesaron y del otro lado de la línea se escuchó un ligero crepitar. Lo atribuyó a la elevación del terreno. Según los planos cartográficos, la casita estaba ubicada justo en el fondo del descampado, en una de las áreas más hermosas del bosque. Era un claro rodeado por árboles de hoja perenne y troncos rojos. En otoño debía de ser todo un espectáculo.

¿Diga?

Carraspeando, trató de recomponerse y respondió con la mayor entereza que pudo—: Sí, señorita Camil, mi nombre es Eric Wolf, representante legal...

Sí, ya sé quién es. —El cortón no fue hostil. Se escuchaba más bien fatigado, como si hubiera estado llorando y ahora se pusiera al teléfono.

—Menos mal. Perdone la impertinencia. Me gustaría concretar una cita personal con alguno de nuestros agentes especializados. Señorita, nuestras intenciones para con las tierras de las que, según las oficinas de propiedad privada, usted es dueña, son las mejores. Se lo aseguro.

Sus agentes vienen a comprar un objeto que yo no puse a la venta, señor Wolf.

Por unos segundos no supo qué más decir. Se imaginó a los tres vendedores estrellas de todas las agencias inmobiliarias del mundo, allí, tocando a la puerta de aquella mujer. Su voz sonaba dulce, lejana, casi como si viniera de otra dimensión y no de otro condado de California, ciertamente no tan lejos de San Francisco.

Pasó la saliva lento y recargó la cadera en el escritorio. Cruzado de brazos, intentó proyectarse en esa reticencia a vender de la muchacha. A lo mejor, le hacía falta averiguar más sobre ella.

—Concédame una cena. A mí, Ningún vendedor. Será un trato personalizado e íntimo, si me permite llamarle así.

No sé si a usted le convenga. Las posibilidades de que cambie de opinión son de una en un millón. Y, dicho sea de paso, no veo qué más me pueda decir usted que no me hayan dicho sus vendedores.

—Es solo una cena.

Otro silencio. Esta vez, escuchó el murmullo de su respiración y quizá una palabra balbuceada.

Al cabo de unos segundos de mutismo, ella finalmente contestó—: Está bien. Pero tengo una condición.

Sin poder evitarlo, y con la mirada alarmada, se giró rápidamente a mirar a Tim, que le devolvió un gesto que rezaba a claras luces «se lo advertí». Aun así, Eric respondió que atendería cualquier exigencia por parte de la propietaria.

Leyó su nombre en el cheque roto: Maggie Camil. Después, se mentalizó paraconcretar esa compra sí o sí.

BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora