Martin y Arthur, como compañeros de Carol, no se podían comparar a la muchacha, que no paraba de hablar y, a diferencia de ella misma, siempre tenía un buen relato bajo la manga. Hablaba mucho de sí; de sus padres, que vivían en Carolina del Norte, y cuyo único sustento era una gasolinera por la que pasaban como veinte líneas de autobuses, así que les iba muy bien.
Aunque no quería hacerlo, Maggie comparó sus infancias; para empezar, la madre de Caroline era ama de casa y daba clases los domingos en la escuelita dominical. Su padre, a quien le encantaba el campo, salía de pesca todos los fines de semana al inicio del mes. Tenía dos hermanos mayores y ambos trabajaban en una industria petrolera aledaña al pueblo costero. Lo más notorio era que sus padres se dedicaban a cosas fantásticas de cierta manera; eran personas comunes, que vivían felices en aquella cotidianeidad.
—Creí que el jefe no estaría aquí —dijo Arthur en ese momento, interrumpiendo el relato sobre el último cuatro de julio que Carol había visitado a su familia.
Maggie, al igual que los otros, dirigió la mirada hacia la verja de entrada. Ya había caído la noche y estaban sentados alrededor de una fogata que ella, experta en usar una yesca, había encendido dos horas antes.
Llevaban dos packs de cerveza bebidos, así que cuando vieron a Eric bajarse de su todoterreno, yendo hacia ellos en tan pocos minutos que apenas parpadear ya lo tenía en frente.
Él se hizo un espacio en las rocas a su lado. Arthur abrió la hielera y aún con aspecto de incredulidad le arrojó una cerveza a su jefe. Ese día por la mañana, Carol había vuelto desde San Francisco, argumentando que no tenía nada mejor que hacer más que avanzar en el proyecto y en el estudio del cual Arthur ya había sacado las primeras muestras. Más tarde, Arthur y Martin se les reunieron y no demoraron en preguntar si podían hacer una tarde de fogata, como la del viernes. Al parecer ninguno de ellos tenía mucho tiempo libre. Sin embargo, de eso Maggie no podía opinar todavía, ya que presentía que la relación empleados-jefe estaba tan fría que, si intentaba meterse o indagar, se le helarían los dedos.
—Hola —le tendió un par de botanas de chicharrón a Eric, que la miró.
Caroline continuó con su cuento en ese instante. Maggie, que estaba entretenida con él, le dio un buen trago a la cerveza; no era buena bebiéndola pero después de la segunda lata su sabor ya no era tan amargo. Aun así hizo una mueca al ingerirla.
—Tal vez no sea la bebida para ti —se rio Eric a su lado.
Ciertamente se lo veía más relajado que ninguno de ellos y eso resultaba inhumanamente extraño.
—No la acostumbro —se excusó—. La verdad es que lo único que acostumbro es el té. Pero Arthur dijo que quedaba bien para el calor...
—Para una persona que no tiene vida social, el alcohol viene bien en cualquier hora del día.
Maggie intentó reírse, pero el alcoholismo a ella le parecía lo suficientemente extraño como para que se hicieran bromas así. Claro, su sentido del humor era pésimo. De manera que por el contrario a la presencia de Eric su falta de sorna no era rara.
—Creí que tu evento importante era esta tarde —dijo en un susurro.
Eric bebió de la lata y al dejarla alzó los hombros.
—Tengo mucho trabajo y ese evento realmente no requería de mi presencia. —Se volvió a mirarla—. Debo confesar que vine sin saber que el grupo se encontraba aquí.
—Ah.
—No me malinterpretes —dijo y cerró los ojos—. Soy un poco obsesivo con la parte burocrática de mi trabajo, me molesta que los trámites impliquen una pausa. Y temo decir que el acuerdo que hicimos necesita unos ajustes. —Esperó a que ella lo procesara y al ver que no respondía, continuó—: Es sobre la planicie y el tiempo que nos tomará terminar el estudio. De cualquier forma, me gustaría que lo habláramos en privado.
No supo cómo, pero el cambio en el ambiente fue perfectamente palpable. Los demás captaron la palabra «privado» como si se tratara de una aguja del pajar. Además, fue tan incómodo que mirarlos a la cara le causó la sensación de quemazón en el rostro.
—Adelante —masculló Carol.
—Estaremos aquí para cenar algo —comentó Arthur—. Me gruñen las tripas.
—Pero enciendan la luz del porche —replicó Martin.
Hasta ese instante, Maggie recordó que no había entrado para nada en su casa. Miró por encima del hombro. Estaba nerviosa. No por lo que Eric le había dicho de pronto, y no porque hubiera llegado con ese rarísimo aspecto, cuando no tenían la confianza de visitarse de esa manera, tan de improviso, y mucho menos cuando era obvio que él tenía encima un par de tragos.
Deseó que hubiera bebido en su habitación de la posada y no de camino a la villa. Se puso de pie lentamente, dando por hecho que, si se sentía tan azorada, era por las miradas de introspección de los demás.
A ella la habían sometido a miradas prejuiciosas de distintos calibres, por supuesto, pero ninguna como esas: eran tan sugerentes que habría querido pedirle a Eric que volviera mañana y con gusto desayunarían mientras revisaban los términos que estaban mal en el acuerdo.
Había una voz en su mente que decía lo inusual que era aquel comportamiento. Pero pasó de largo. Se irguió muy temerosa, llevándose la lata de cerveza, por la mitad. Eric empezó a caminar detrás de ella. A medida que se acercaban al porche las llamas de la fogata dejaron de iluminar el camino. El olor de las flores del jardín y en especial de los rododendros, llegaban claramente a sus fosas nasales, pero se habían mezclado con algo más... No era la cerveza.
Al llegar a la puerta de entrada, encendió la luz de la lámpara y le señaló el interior. Eric cruzó y Maggie se dio cuenta de dos cosas, a cada cual más arriesgada: la primera, que se había llevado la cerveza, y la segunda... Que ese olor, mescolanza de primavera y bergamota, madera, quién sabe qué más, venían de él. Era un aroma varonil, como de una figura que Maggie había olvidado.
Se maldijo por recordarla en esa situación, perose recordó que, por tres años, a lo mejor esa era una reacción natural dehaberse abandonado. Y si prestaba atención, Eric Wolf era atractivo, firme y lobastante tentativo como para no pasardesapercibido.
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Bruja
Romance«Bruja» llaman los habitantes de Duns a Maggie por vivir sola, encerrada y aferrada al recuerdo de su padre. Eric Wolf hace honor a su apellido y ha crecido en ITALO -corporación de construcción y bienes raíces- con sangre y sudor, con un plan de v...