Capítulo 21: La desesperanza que nace ante un problema sin solución (1)

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I.


Tuvieron que correr un poco para darles alcance. Jadeando, tratando de recuperar el aire, hicieron gala de su falta de condición física (la cual, sobra decir, parecía hacer falta aún más en la chica). Kouta podía notar lo caluroso del ambiente; Era imposible no sudar bajo un sol que iluminaba burlón. Tuvo envidia de Shizuka, quien parecía no tener ese pequeño problema.

—Espero que no la estés molestando, Kouta —dijo Shizuka, notando los ojos enrojecidos de Lana.

—Metete en tus asuntos —replicó el chico.

De haber podido, la chica de orejas largas habría entornado la mirada. Prefirió no decir nada en respuesta.

Lana caminaba atrás junto a Kouta, golpeando hongos de medio metro de altura en el proceso. En su expresión se notaba lo mucho que le gustaba comprobar las distintas notas musicales que emanaban. Al menos hasta que de una de ellas saltó un extraño insecto similar a los mosquitos y le picó la mano.

—¿Y dices que yo soy el niño?

—¡Cállate! —repuso la chica, sobándose el área enrojecida.

—Es aquí. —anunció Chiara. Habían llegado a una cueva que emanaba cierto vaho gélido. Podía sentirse el cambio de clima con facilidad, como si de pronto alguien hubiese abierto la puerta de un congelador—. La gran matriarca espera adentro.

Fue imposible para todos (excepto Shizuka) no temblar. Sundance incluso soltó un estornudo y Yoake comenzó a frotarse los brazos para calentarse un poco. ¿Qué clase de ser era la gran matriarca? Se preguntaron.

Kouta tenía una idea que, según él, era bastante acertada: Una limo, una muy grande, posiblemente de color azul o púrpura. Podía imaginarla con la silueta de una mujer muy bella e impasible, casi como si fuese una versión limo de Silky, la guardiana de la Reina Oscura.

Mientras avanzaban, seguía imaginando a la ¿jefa de los limos? ¿Por qué los limos se resguardaban junto a dragones de unos extraños hombres gato? Nunca nació la curiosidad de saber qué ocurría en esa isla. Más bien afloró el miedo, el temor a estar en medio de otro gran problema.

Pronto descubriría que sus pesimistas pensares no estaban alejados de la realidad.

Un brillo rosáceo pudo apreciarse al final del túnel. Conforme se acercaban su intensidad aumentaba, pero no por ello el calor. Al contrario, el grupo comenzaba a exhalar vapor, a sentir que la temperatura calaba en sus huesos.

Y allí estaba: La gran matriarca.

Kouta se llevó un gran chasco.

Estaba... por todas partes. Como una enorme plasma que impregnaba el suelo, las paredes y el gran techo de la caverna. Toda la sustancia se movía de un lado a otro, recordando a una especie de gelatina viviente. Sin cara. Sin cuerpo. Imposible saber dónde empezaba y dónde terminaba. El color se reflejaba en las paredes congeladas, dando la sensación de estar dentro de una lampara de lava.

—¿Chiara? —preguntó una dulce pero firme voz. Con el eco provocado era imposible saber de dónde provenía—. Que inesperada es tu presencia. ¿Quiénes son los que hoy te acompañan?

Chiara hizo una pequeña reverencia antes de responder:

—Vienen de más allá de los mares, gran matriarca. Este... Bueno... —Miró de soslayo a Shizuka, a quien tenía más cerca—. No sé cómo llegaron aquí, pero los piratas de Yao estaban cazándolos. ¡Y luego casi se los come uno de los wyverns!

—¡Que me partan el culo en dos! —vociferó Sundance con ronca voz—. ¡Así que sí son ellos! Sucios piratas de Yao... —Se mordió el pulgar antes de hablar para sí mismo—. Pero... ¿Schläger? ¿También?

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera [Vol. 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora