Capítulo 04: El arma cambiante

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Hasta hacía una hora, la nieve apenas era perceptible en el puerto de Lumínica, no siendo más que escarcha aislada. Pero no era así ahora: nubes cargadas ensombrecían los cielos, desatando una nevada que se tornaba más pesada a cada minuto que pasaba.

Los pescadores tuvieron que dejar lo suyo, con el riesgo de que las aguas se tornaran peligrosas. Los pocos aventureros del lugar veían con extrañeza aquel fenómeno, pues ni siquiera durante la estación más fría del año era posible ver un clima de aquella naturaleza tan cerca de la costa.

Un hombre se abría paso entre niños que, felices, no paraban de correr de un lado a otro con la esperanza de que la capa de nieve se hiciera tan gruesa como para jugar con ella.

Pasando entre infantes, pueblerinos que se apresuraban a conseguir las provisiones del día, mercaderes que reajustaban sus ubicaciones y, trabajadores de barcos pesqueros y de comercio, llegó finalmente hasta cierto hombre pelirrojo.

—¡Capitán! —exclamó mirándolo con aprehensión—. La nevada... Ella estará aquí pronto...

—Eso puedo verlo, Chariot —replicó el pelirrojo.

El aludido como capitán no apartaba la vista del mar, enfocándose en ciertas nubes negras que, acompañadas de un gélido ventarrón, se acercaban lentas pero seguras. Dio una mordida a la manzana en su mano antes de arrojarla lo más lejos que podía.

—¿Qué deberíamos hacer?

—Con esta nevada no podemos marcharnos —replicó el capitán—. Tendremos que esperar que esa endemoniada mujer venga... Y rezar para que pase de largo. ¿Cuál crees que sea su objetivo?

—Me temo que no lo sé, capitán. ¿Usted tiene alguna idea?

—Si la tuviera no estaría preguntando, idiota.

Aquél capitán, el nada conocido en aquél continente capitán Sundance, extrajo otra manzana desde debajo de sus ropajes. Tras una sola mordida repitió arrojándola al mar.

Tenía preguntas, sí. Aquella mujer en la nevada andante había destrozado su embarcación, llevándose consigo la vida de gran parte de su tripulación. ¿Por qué habían llegado ellos antes al continente? ¿Es qué algo había entretenido a la mujer? ¿Y para qué asuntos tenía en el continente más débil?

Sonrió.

—Ve por los demás, Chariot. Preparémonos para pelear.

—¿Capitán?

—Quiero averiguar algunas cosas. ¡Y vengarme por la pérdida de mi barco!

—Pero, capitán —Chariot retrocedió, aterrado—. ¿Qué le hace pensar que esta vez podemos hacer algo?

—Porque esta vez estamos en tierra firma —respondió Sundance, seguro de sí mismo—. Esa perra sarnosa sabrá lo que pasa cuando te metes con el gran Sundance.

«Se supone que nuestra especialidad es dentro del mar —pensó su segundo al mando.»

De cualquier forma, las palabras del capitán eran ley. Sin rechistar más, Chariot se marchó con toda intención de encontrar al resto de la ahora escasa tripulación. ¿Oportunidad de enfrentar a la mujer de la nevada? No sabrían si la tenían hasta haberlo intentado: esa era la filosofía del hombre al mando.


***


Mientras tanto, la nieve poco a poco tomaba más terreno, extendiéndose incluso hasta los bosques cercanos. Fina escarcha cubría parte de los árboles, llegando poco a poco hasta las zonas más descampadas, cerca de los riscos inaccesibles para cualquiera que fuese humano.

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera [Vol. 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora