22: Entre gélidas llamaradas (3)

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Kouta se quedó sin palabras.

Habría esperado muchas cosas de Schlager, la reina Akubat. Imaginaba tal vez una figura alta, esquelética, con una piel que brillara como la plata (y no sabía la razón de ese último detalle). Esperaba quizás un rostro de murciélago, con dientes puntiagudos. No le habría sorprendido ver enormes alas enmarcar su figura, semi rotas, similares a las de un demonio de película de los años ochenta.

—Parece que mi belleza los dejó sin palabras —se mofó la recién aparecida.

—¡¡Eres una niña!! —gritó incrédulo—. ¿En serio eres una niña?

Una niña.

No más de doce años era la apariencia física de un cuerpo frágil, delgado. Ojos grandes y burlescos, de un nítido rojo que brillaban con falsa inocencia. Era diferente a los demás Akubat: esa niña de cabello tan blanco como la nieve (matizado con mechones carmesí), no tenía alas: Sus brazos eran ligeramente más grandes, o daba esa sensación por el pelaje que los recubría, terminando en misteriosas garras muy limpias y rechonchas, como si estuvieran hechos para... ¿boxear?

No, pensó Kouta, las garras no se usaban para boxear, sino para algo más peligroso.

—Una niña... —Retrocedió asustado.

—Tranquilo, pulgoso —previno Sundance.

No podía estar tranquilo. Pese a su apariencia infantil, pese a los hermosos dientes (colmillos) blancos que le ofrecían una sonrisa, Kouta sabía que estaba ante algo más peligroso de lo que había imaginado en un principio. Pensó en Chikara, quien podría romperle todos los huesos con pocos golpes, ¿qué poder ocultaba la niña murciélago? ¿Qué tan temible tenía que ser para que las demás Akubat la respetaran? Tamaño no era equivalencia de poder.

—¿Por qué las cosas más peligrosas son pequeñas?

—¿Me dijiste cosa?

Aunque Schläger no sonó molesta, todas las risas de las akubat pararon de golpe. Ensanchó más su sonrisa, su cabello enmarañado se agitó más con el temblar de sus grandes orejas, apuntando hacia el chico. Ladeó la cabeza, como si pensara cuál sería el mejor castigo para su ofensa.

—¿Qué debería hacerte? —preguntó en voz alta—. Mira mi linda carita —dijo mientras se tomaba las comisuras de los labios y fruncía el ceño—. ¿Te parezco una cosa? Dime, ¿lo parezco? ¡Pues no! Soy una linda chica con belleza cuasi divina —Carraspeó—. Por suerte para ti pasaré esa ofensa por alto, por ahora...

—¿En serio ella es Schläger? —susurró Zargas, colocándose detrás de Kouta con sutileza.

La Akubat soltó un resoplido, siendo perfectamente capaz de escuchar la pregunta. Sus orejas se movieron como antenas en dirección a la asesina:

—Vaya, ¿no me creen? —preguntó con una voz juvenil, más adolescente—. ¿No escucharon mi presentación? —Se cruzó de brazos, pensando en voz alta—. ¿Debí hacer una entrada más amenazante? No... Habría parecido un villano genérico... ¿O tal vez lo parezco por entrar cantando? ¿Qué clase de villano canta? ¿Es esto una película del ratón? —Soltó una risotada—. ¿Entienden? ¿Del ratón? Ya saben, por mis orejas. —Nadie rio—. ¿No entendieron? ¡Qué amargados! Permítanme explicar el chiste...

La proclamada reina comenzó una letanía sobre como los murciélagos tenían semejanza con los ratones. Todo lo que hablaba solo parecía tener sentido para ella misma. Ni siquiera las Akubat comprendían el hablar de su "reina", prefiriendo reír solo para complacerla, como si de la nada hubiesen entendido sus chistes.

Alguien más se les unió a las murciélagos. Riendo a mandíbula abierta, aplaudiendo incluso, Sundance se acercó a la pequeña, llamando su atención.

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera [Vol. 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora