Capítulo 13: Reencuentro y partida (3)

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Parte 3


El ambiente se había tensado tan repentinamente que era imposible explicar cómo había sucedido. De la nada, la gente solo había escuchado un extraño silbido provenir del grupo de locos que ahora buscaba problemas entre sí. Dos espadachines, una elfa de cabellos como la malva y un tipo de elegante traje, rondaban al otro.

¿Quién silbaba? Ese sonido provenía de un extraño artefacto sostenido por el chico de gafas. Kenji agitaba la bomba, asustado de haberla activado por equivocación, y el cantar de destrucción preocupaba a toda la multitud por igual.

—¡Atrás! —gritaba Kenji, ajustándose sus gafas con desesperación sin soltar el peligroso aparato—. ¡Atrás o morirán todos!

—¿Ah? —Yoake, el marino de cabello anaranjado, frunció el ceño. Aunque en un principio se había abalanzado sobre él, la bomba le hizo pensárselo mejor—. ¿Ahora amenazas a todo el puerto?

—¡¡No!! —Kenji saltaba en su sitio de un lado a otro con el bombug—. ¡Necesito mi espacio! ¡Esto va a explotar!

Al menos una veintena de personas se arremolinaron a su alrededor. Entre ellos figuraban un par de aventureros novatos que, asustados, gritaban a Kenji para que arrojara la bomba justo en el momento de la explosión para que no tuviera oportunidad de trasladarse a ningún sitio. Otro grupo, compuesto por pescadores, vociferaba a estos aventureros para que hicieran algo al respecto, pero nadie se atrevería a acercarse a un loco con una bomba activa.

La idea de haber cometido la insensatez de dejarse llevar por la situación asaltó a Yoake. El tipo miró hacia su derecha, donde Barak seguía caminando en círculos junto a Felt, sin prestar atención a nada más. Por su parte, el imbécil que había provocado todo... Su trasero seguía admirando la belleza de un cálido astro apenas cubierto por finas nubes tan suaves como dulce algodón.

En la cima de su caja de madera, Odette, se mordía los labios, mirando como su inocente idea de buscar a Kouta había terminado en tal momento. Algo bueno tenía que salir de una desastrosa explosión, ¿verdad?

—Chico, muchacho... —Yoake adelantó su mano, tratando de conservar la calma—. No creí que fueras a usar bombas en medio de un pueblo, tienes agallas, lo admito. —Sonrió, acercándose un paso—. Si me das la bomba creo que puedo evitar una tragedia...

Un «¡Sí, dásela!» enérgico de la bola de curiosos se mezcló con un «¡No, no se la des!».

—¡Kenji! —gritó Odette, tratando de sonreír—. ¿No... no puedes desactivarla?

—¡No, mujer! —respondió el chico, histérico. La bomba en su mano se tornó de un rojo vivo y pequeñas volutas de humo salían sin piedad—. ¡Vamos a morir!

—¡Te digo que me la des! —bramó Yoake. Dio un paso y Kenji estuvo a punto de soltarla, provocando suspiros de la multitud.

—¡Felt! —De nada sirvió que la campesina buscara ayuda en la elfa. El primer choque entre mandobles se había dado, ahora ambos trataban de imponer su fuerza en el otro.

—¡Va a explotar! —gritó un pescador, llevándose las manos al pecho—. ¡Oh, gran Minerva! ¡Piedad!

—¡No me pagan por esto! —soltó un aventurero, poniendo pies en polvorosa—. ¡Sálvese quien pueda!

Imitando al inteligente hombre, el resto de los curiosos intentó marcharse justo en momento que el bombug expiraba su ultimo cantar. Kenji soltó el aparato, arrojándolo en contra de la persona más cercana —El mismo anciano que había clamado por Minerva— diciendo que era el fin.

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera [Vol. 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora