Capítulo 09: La mujer en la tempestad

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El avestruz corría lo mejor que podía en medio del suelo irregular. Temblando a causa del frío, Kouta sentía sus brazos arder ante el esfuerzo que suponía sostener a Shizuka con uno solo mientras usaba el otro para aferrarse a la cintura de Chikara.

—¡Ya lo veo ~degozaru! —exclamó la pequeña—. Hermano, ¡el puerto!

El manto blanco se alzaba por los aires en forma de pequeños remolinos allí. Verlo no hizo sino preocupar más al chico. Su poca experiencia en aquél mundo le decía que no encontrarían nada bueno.

Sintió un leve agarre en sus ropas, asustándolo un poco. Shizuka murmuraba unas pocas palabras, difíciles de escuchar debido al aire frío que silbaba en sus oídos. Kouta trató de agacharse un poco, pero no logró entender mucho:

—No... enfrentes... no los enfrentes... huye....

—¡Creo que Shizuka desvaría! —gruñó el chico—. ¡Vamos, Chikara!

—El animal no puede correr más rápido con tanta nieve ~degozaru.

Kouta suprimió su impulso de maldecir. Seguir soportando la tensión en sus débiles brazos requería toda su concentración. ¿Es qué necesitaría darse un tiempo para entrenarlos?

Chikara frenó de repente. Poco faltó para que el chico saliese despedido por los aires, solo salvándose por el peso que sumaba junto al de su compañera caballo. Confundido, preguntó porque se habían detenido.

Toda una caravana se abría paso entre la nieve. Un grupo considerable de hombres, una combinación entre pueblerinos y comerciantes, escapaban del puerto de Lumínica. Chikara reanudó la marcha hasta cruzar caminos. Les informaron que no era prudente ingresar al pueblo debido a la mujer de la tempestad.

—¿Mujer? —preguntó Kouta, bajando con Shizuka—. ¿Qué mujer? ¿¡Hay una mujer de las nieves!?

Kouta solo había escuchado de seres así en algunos cuentos de su mundo. No quería aceptar tener tan mala suerte como para tener que lidiar con algo así apenas después de haber sobrevivido al encuentro con el arma ancestral. Bueno, tampoco era como si alguien le hubiese dicho que él tenía que hacer algo.

—Es correcto —contestó uno de los habitantes, un joven pescador—. Me temo que nada se puede hacer, salvo rezar a la diosa porque no destruya todo. Por lo pronto hemos decidido ir a la capital a solicitar ayuda.

—Un grupo de hombres está haciéndole frente —informó otro—. ¿Creen que logren echarla de aquí?

Los murmullos continuaron entre toda la gente hasta volverse incomprensibles para el muchacho. Apresurado, preguntó en voz alta por algún sanador, aquél del puerto que no tendría problemas en cuidar de Shizuka.

El mismo hombre que había atendido al grupo anteriormente alzó la mano, gritando para hacerse oír:

—¡Me encargaré de ella! —gritó, lleno de júbilo—. Usted entre y derrote a la mujer.

—No... yo creo que mejor espero aquí con ustedes...

—¡Oigan todos! ¡¿Saben quién es él?! —El sanador llamó la atención de los presentes—. ¡El joven de la Paz de Stella!

—¿¡En serio!? ¡Escuché de ellos! ¡Derrotaron a un clase vasallo! ¡Salvaron a los príncipes de un reino lejano!

—¡Vencieron a toda una horda de asesinos!

—¡Yo escuché que mataron a un dragón!

—¡Estamos salvados! ¡Viva el bravo guerrero!

La gente estallaba en júbilo, vitoreando por la llegada de aquél a quien confundían con un héroe salido de las leyendas más fantasiosas del mundo. Kouta trataba de explicar que él no era como lo pintaban. ¿Vencer a un dragón? ¡Ni siquiera se habían topado con uno! Y esperaba nunca hacerlo en la vida.

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera [Vol. 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora