22: Entre gélidas llamaradas (2)

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II.


—¡Se fue por ahí! ¡Rápido!

Una docena de hombres gato se abría paso entre matorrales y troncos nudosos; la llovizna colisionaba con el entorno, volviendo el terreno lodoso e inestable. No era difícil resbalar.

Velocidad mermada; cuidar y mantener el paso era prioridad.

Paciencia, era lo que necesitaba un cazador y más aún cuando la presa estaba a punto de desfallecer.

—¡No vas a escapar, elfa!

Parecía ser verdad: Felt no era capaz de seguir huyendo.

Apenas había descansado durante una fracción de la noche. Escapando de Akubats y Nekomatas, con Yoake a su lado haciendo lo posible por abrirle paso, la elfa sentía la necesidad de dormir. Ni siquiera la adrenalina podía ya mover su cuerpo; El esfuerzo había sido excesivo y el milagro no parecía llegar de ningún sitio.

Un paso, otro... uno más... ¿todavía tenía sus dos piernas? Estaba tan cansada que ni siquiera las sentía, como si su mente se hubiese desconectado del cuerpo.

Jadeaba de manera irregular, sin poder compaginarlo con su absurdo trote. La sombra de Yoake emitió sonidos de aliento; algunas lanzas llegaron en su dirección y la sombra las bloqueó. Otro chillido, tenían que largarse.

Felt no pudo más.

Resbaló en zona escarpada. Guijarros componían el lugar, en pequeños montículos que se elevaban imposibles de escalar para ella. A los lados: bosque, verdor y destellos violáceos. ¿Seguros? Probablemente no.

—¡Te tenemos!

Ya estaban allí.

Felt dejó que el peso de su propio cuerpo la venciera. Se sentó, cruzando las piernas, sonriendo en actitud de reto, como si aún tuviese manera de defenderse.

—¿Y bien? —Les dijo a los siete hombres que la amenazaban—. ¿Creen que pueden capturarme? ¿Los derrotó de uno en uno o todos a la vez? ¡Elijan!

Tras ella, la sombra de Yoake emitió un gruñido feroz. Un movimiento y sus brazos ya eran dos mortíferas cuchillas de treinta centímetros.

Siete contra dos.

El grupo vaciló. La expresión tan confiada de la elfa les decía que había algo oculto, quizás magia, una trampa era segura. Los pobres tontos no tenían manera de detectar la gran arrogancia inútil de su presa.

—¿Y bien? —insistió la elfa—. ¿Nadie viene? Vamos, solo les voy a romper la cabeza.

Una voz más se alzó detrás de los miedosos hombres, pacífica, casi sin vida.

—Yo quiero ser el primero.

Alto, su figura musculosa se alzaba con prepotencia al pasar en medio de los hombres gato. Tez cetrina; Mirada acre sin emociones, cansina. Un hombre en la plenitud de los veinte años: cabello largo rubio hacía juego con sus pequeñas orejas; sin cola. Un guante metálico con la capacidad de extraer garras en la mano derecha; la otra sostenía una larga cadena que terminaba en una pequeña guadaña cuyo filo yacía dentado a propósito.

—¡Gorou! —gritó uno de sus compinches—. ¿Qué haces aquí?

—Schläger pensó que estaban haciendo un pésimo trabajo, así que decidió que las cosas tenían que agilizarse —respondió Gorou sin quitar la vista de una cautelosa Felt—. Vine para tratar de arreglarlo antes de que vengan. Yao no podría con la vergüenza si su tripulación se deja asustar por una simple elfa.

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera [Vol. 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora