22: Entre gélidas llamaradas (4)

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IV.


La presencia de la recién llegada cambió drásticamente el ambiente, con la misma velocidad con la que había abatido a Shizuka; Llovizna gélida se tornó en vapor, producto del calor que emanaba su alta figura. Poder sobrecogedor, extrema pesadez en el cuerpo, dificultad para respirar: eran cosas que inspiraba su presencia.

El bochorno generado afectaba incluso a Gorou quien, sudando a mares, aun en el suelo sin poder levantarse, balbuceó.

—C-capitana Yao...

—Lo hiciste bien, Gorou —repuso su capitana—. Déjame el resto a mí.

—¿Tú eres Yao Fa? —Levantándose como podía, con un moretón en la cara que le impedía abrir el ojo derecho, Felt se acercó a la recién llegada—. Sí, eres tan imponente como me lo imaginé. ¡Yao Fa!

Yao Fa.

Casi dos metros de altura; La filosa mirada de esa mujer demostraba toda su experiencia en el mundo, esos diamantes tan fríos como el hielo (un hielo irrealmente brillante) habían visto incontables vidas caer. Impávida, siete colas erizadas se agitaron, enmarcando su silueta esbelta.

La capitana portaba ropajes similares a los de Shizuka o Chikara: Falda larga a tablas remendada por doquier; Zapatillas amarradas con nudos rojos a sus tobillos. Seguramente medias largas y negras protegían piernas fuertes y bien torneadas. Un top oriental blanco con bordes carmesí dejaba descubierto un abdomen entrenado. Una horquilla ostentaba tanto como sus largas orejas puntiagudas. El contraste entre las llamas carmesí y su melena azul con mechones blancos le daba un aura especial. Lo alborotado de su pelaje era sinónimo de lo salvaje que podían llegar a ser sus travesías.

Trastabillando, apretando los dientes con ira contenida, Felt se acercó. ¿Qué más daba que fuera esa Kitsune una ex comandante de la reina Mayor? No podía perdonarle el haber lastimado a sus amigos y, como buena caballero, exigiría justicia.

—¡Vas a pagar! —Era demasiado el esfuerzo que hacía para no perder el conocimiento—. No te perdonaré lo que le hiciste a Shizuka. ¿Me escuchaste?

Shizuka, tras recibir el mortífero golpe, no se movía más. La elfa no podía sino pensar en el peor de los escenarios. Desconocía la fuerza de ese golpe, pero la salvaje demostración había sido capaz de atemorizar hasta al más valiente.

Ella no, pensaba, Shizuka no pudo morir por eso...

—¿Voy a pagar? —Yao se cruzó de brazos—. ¿Puedes siquiera mantenerte en pie, elfa?

Los brazos.

Felt entendió que era lo que más debía preocuparla de la ex comandante de la Reina Lisa: Iniciando con hombros humanos, iban aumentando de tamaño y el pelaje naciendo hasta terminar en grandes garras de zorro. Manazas enormes con garras blancas, muy limpias. La falta de sangre en ellas eran señal de que no se había molestado en usarlas para poner fuera de combate a la semi centauro. No había ningún arma acompañándola: Yao no las necesitaba cuando todo su cuerpo estaba hecho para aniquilar.

—Responde —inquirió Yao—: ¿Qué hace una elfa en este lugar? ¿De dónde vienes y quién te ha enviado?

—Te voy a dar... una paliza.

Felt dio un paso más, solo para trastabillar. El oportuno apoyo de Yoake (o más bien su sombra) fue lo único que evitó que midiera el suelo. La sombra tembló sin control tan pronto como los luceros de Yao se posaron en sus rendijas blancas.

—A ti te conozco —señaló la zorra—. Eres el bufón que viaja con Sundance, ¿dónde dejaste tu cuerpo? Olvídalo, no me interesa —añadió levantando una mano—. ¿Todos ustedes viajan juntos? ¡Habla, bufón!

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera [Vol. 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora