22: Entre gélidas llamaradas (5)

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V.

Lo que había comenzado como una llovizna en la isla, se convertía rápidamente en una caída a cantaros. Habría sido un espectáculo para muchos apreciar los paisajes entre la maleza: Cada hongo cambiaba de color con la lluvia; Con cada gota muchas plantas gigantes emitían notas musicales, envolviéndolo todo en un disonante concierto. Una lluvia sin vientos refrescaba la tierra, humedeciéndola y llenando todo con su característico olor.

No era momento para relajarse.

Shizuka era llevada a cuestas por la poderosa Yao.

Chiara trataba en vano de reanimar a Yoake.

La sangre de algunos wyverns corría. Heridos trataban de escapar, despavoridos ante una bandada de hombres gato que intentaban abrirse paso.

Y, en algún sitio junto a un precipicio que terminaba en rocas afiladas y troncos nudosos, Kouta trataba de sobrevivir a una tormenta de hielo y nieve.

—¡No quiero morir aquí! —imploraba.

—Entonces esfuérzate —canturreó Schläger—. Vamos, ¡solo debes darme un golpe! Anímate, no muerdo~

El contraste entre la dulce voz de la niña sin alas y sus ojos amenazantes, esa sonrisa con colmillos listos para encajarse en sus carnes, todo era suficiente para asustar al chico. Un remolino de carámbanos y escarcha la rodeaba, reduciendo la temperatura en medio del aguacero al mismo tiempo que creaba rasguños en Kouta y Zargas. ¿Acercarse a darle un golpe? Parecía un imposible para el muchacho.

Tenemos que escapar, pensaba desesperado, tenemos que crear una abertura y escapar como sea.

—Maldito Muranushi —gruñó Zargas, la chica respiraba con dificultad, emanando vapor con su aliento—. No pienso morir aquí, ¿me escuchaste? Si eso pasa te mataré.

—No puedes matarme estando muerta —se quejó el chico. Luego dudó—: ¿O sí?

—¡Ya dejen de hablar y vengan a golpearme!

La última parte del grito de Schläger sonó como un rugido atronador. Solo el instinto de Kouta y Zargas los salvó de recibir un duro ataque: Saltaron cada uno a sus espaldas, separándose justo antes de que la Akubat aterrizara donde instantes antes se situaban. La fuerza creó un cráter y la onda generada estuvo a punto de desestabilizar a Zargas mientras Kouta rodaba sin piedad hasta impactar en una roca.

Durante un instante Schläger pareció dudar a quién atacar, mirando con mucho entusiasmo a ambos.

«Vamos, vamos... ¡Dejaré el más feo para el final!»

Se decidió en ir a por la chica de cabello azabache. Con otro rugido que terminó en una infantil risa, se abalanzó haciendo ademanes de golpes. Sus movimientos crearon ráfagas en forma de puños, los cuales Zargas evadió cediendo terreno, separándose más de quien la Akubat creía su hermano.

—¡No huyas! —dijo en medio de risas—. ¿Así cómo me vas a golpear?

—Un solo golpe y me dejarás ir, ¿no?

—Eso dije, yo siempre cumplo mis promesas.

—¡Entonces lo haré! —Bramó Zargas, sus garras y cuernos emergieron. El aura escarlata que la rodeó fue sinónimo de su furia—. ¡Voy a romperte la cara!

Se arrojaron una a la otra. La tormenta arreció, la ventisca formó dos puños de hielo enormes, los cuales buscaban aplastar y moler huesos. Cada golpe parecía tener la intención de poner fin a la batalla, como si entre más letal fueran los ataques más diversión tuviese Schläger.

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera [Vol. 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora