Prólogo

127 7 67
                                    


Me encontraba de pie en la costa de Lumínica, el continente más pequeño de este mundo. Respiraba con dificultad, pues apenas y tenía energías para continuar en pie. De buena gana me hubiese recostado en la arena de aquellas playas tan tranquilas para tomar una siesta.

—Vamos, hermano... ¡Pon más empeño ~degozaru!

—Eso intento maldita sea...

—No lo parece ~degozaru.

Quien estaba conmigo era una niña de escasos trece años. Su nombre era Chikara.

Podían pensar en ella como una pequeña niña de aspecto delicado, rostro dulce y hermoso cabello dorado difícil de peinar. Pero no era una niña normal. Ella era lo que se podía llamar una kitsune: su esponjosa cola y orejas de zorro lo confirmaban.

—Esfuerzate, hermano—La cola de Chikara se erizó. Me miraba con reproche—. Ayer casi lo logras ~degozaru.

Degozaru.

Siempre terminaba sus frases con eso. A decir verdad me parecía algo lindo en ella, pero no estaba de humor para mencionarlo en aquel momento.

—Dame un segundo —dije, respirando profundo—. Esta es la buena.

Había conocido a Chikara en el reino de Lumínica. Ella había sido una vagabunda por mucho tiempo, alimentándose con lo que podía robar de los comerciantes y cuidándose de no ser molestada por bravucones. Lo había pasado muy difícil.

Después de ayudarla en un altercado, pasaron algunas cosas y yo terminé formando un contrato de protegidos con ella. Básicamente tenía la custodia de esta pequeña. Pero no era una carga, sino todo lo contrario.

Ella era muy fuerte. De hecho, su fuerza sería la suficiente para romper el concreto con un golpe sin dificultad alguna. Era mucho más útil que yo, por ello me estaba ayudando en mi entrenamiento especial.

Pero... ¿Por qué estaba yo en una playa de otro mundo entrenando? Había una razón para ello. Había una razón para estar en compañía de Chikara, y para que ella me llamase hermano, aun cuando no lo fuéramos realmente.

Comencemos por el principio.

Mi nombre es Kouta Muranushi. Apenas unas semanas atrás había sido un estudiante de preparatoria en un internado ubicado en Japón. Tenía una vida normal, o tan normal como lo podría ser al estar encerrado dentro un complejo, sin posibilidad de ir a casa ni siquiera en temporadas vacacionales.

Tras una serie de discusiones con mi madre, la cabeza de la familia, sobre el cuidado de mi hermana menor, Kohane —quien se encontraba enferma— me había encerrado en aquél lugar sin dejar lugar a réplica.

El segundo evento era más complicado de explicar. Si les dijera que había decidido escaparme una noche con un par de amigos hacia los bosques del complejo, y habíamos sido atacados por un búho gigante ¿Me creerían?

Pues eso es lo que había pasado.

Un extraño búho había tomado a cada uno de mis amigos, haciéndolos desaparecer. Al final me atrapó a mí y tuve una reunión con una de las diosas de Hanazonoland: Minerva.

Ella me dijo que este mundo estaba siendo sometido lentamente por la Reina Oscura. Al parecer esta reina había provocado un golpe de estado, derrocando y asesinando a la Reina Mayor para arrebatarle el puesto. Podías pensar en ella como una especie de Rey Demonio que quería controlarlo todo.

Solo había una manera de detenerla.

No era invocando grandes héroes de otros mundos que la enfrentaran. Un combate directo contra ella o sus ejércitos podía traducirse en suicidio. Tenía entendido que solo un tipo había logrado como máximo herirla, pero el precio fue su vida misma.

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera [Vol. 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora