Ya perdí la cuenta de los días, que se acumulan por ser tan iguales y se convierten en meses, desde la última vez que la vi. Me di cuenta de su presencia mucho antes que ella de la mía, no venía solo, ella tampoco. Yo caminaba de la mano de mi novia, ella reía con su amiga, quisiera decir que el mundo se detuvo, que todo pasó en cámara lenta como en las películas, pero en cambio todo pasó tan rápido que no me atreví a mirarla a los ojos, llevaba gafas, lo agradecí, su mirada hubiera hecho añicos mi corazón, tal y como lo hizo cuando dijo que me quería.
Me he obligado a mí mismo a no pensar en ella, pero se me hace inevitable, la veo en todas las calles que caminamos juntos, la recuerdo por las frases que ahora repito pero que solo sus labios, que me muero por volver a besar, saben pronunciar mejor que nadie. La extraño en los días lluviosos, como aquel que no vivimos fuera de nuestra imaginación, ese beso bajo la lluvia que ella eligió no darme en la historia que nos inventamos y que nunca pudimos hacer realidad. La anhelo en las noches cuando hablo con todos y pareciera que no hablo con nadie porque solo a ella quiero contarle mi día y saber cada detalle del suyo, quiero escuchar su voz somnolienta e insegura pasadas las 12, quiero hacerla reír y quiero que prometa soñar conmigo.
Pero fue mi elección perderla, lo hice pensando que era lo mejor para ambos, vaya mentira. Hay días en los que quiero creer que no lo destruí todo, que alguna vez fuimos amigos y que podemos volver a serlo, otra mentira, nunca podría verla con ojos de amigo, pero tal vez ella sí, y tal vez así puedo mantenerla en mi vida: aprendiendo a no ver en ella todo lo que me gusta; obligándome a no buscar su cuerpo con el mío; a no sentir celos de todos los que la miran, de todos los que la hacen reír; convenciéndome de que sus sonrisas no son mías para provocarlas, de que el café de sus ojos no es para mi desvelo, volviendo a escuchar a Arjona sin encontrarla en cada maldita canción.
Toda esa estrategia se fue a la mierda cuando volví a verla, esta vez iba solo y ella estaba hermosa. Su mirada me intimidaba y sus preguntas me descolocaban, como podía hablarme, así como si nada, como si no estuviera maldiciéndome por dejarla ir y a la vez por volverla a ver. No sabía que decía, solo sabía que estaba feliz porque ya dudaba de su existencia, no sabía si lo que vivimos había sido real o un sueño después de tanto tiempo sin verla. Creo que iba con una amiga a la que acabé respondiéndole en modo automático para evitar el choque de nuestras pupilas porque de mirarnos por más tiempo me hubiera lanzado a besarla en medio de la calle.
Se fue y me fui, cada uno siguió su camino. Ella se ve bien sin mí, no parece que me necesita, o que me extraña como yo lo hago cada día que desperdicio sin ser tan feliz como lo era compartiéndome con ella. Lo peor es que no debería extrañarla, a fin de cuentas, yo tengo a alguien en mi fondo de pantalla y lo mucho que la amo es información de dominio público. Irónicamente la que mira a la cámara no tiene esa mirada que me ve tal como soy y en la que quisiera reflejarme cada mañana. Aunque se las dedico a la que posa a mi lado, es en su corazón latiendo desbocado contra mi pecho en lo que pienso cuando escucho canciones de amor.
Pero si alguien pregunta si aún la quiero… no me atrevo a responder, me temo que mis sentimientos por ella no pueden salir de este papel. En este caso mentir es lo más apropiado, ella se merece a alguien especial y está mejor sin mí. Yo en cambio, no la merezco, nunca lo hice y ambos lo sabíamos, me queda sobrevivir queriendo vivir solo para ella.
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Diario de una escritora aficionada
Short StoryEsto no es una historia. No tiene principio, desarrollo y final. Dentro de mí hay una escritora y a veces toma el control, ella no conoce de límites, de secretos o de privacidad. Ella solo lo deja salir todo, sin filtro y a veces exagera, se inventa...