Ella quiere sexo en la cocina

34 4 0
                                    

Tú y yo viendo una peli de esas románticas, de las que tengo que obligarte a ver. 

  De las que nadie se cree, pero que acabamos viendo porque: necesitamos fantasía en nuestras vidas hartas de realidad; necesitamos tener fe, no solo en Dios y en la vida eterna, sino el mejoramiento humano, en que se puede ser tan feliz como esos actores pretenden ser, o al menos tratar de hacer nuestra propia versión de las risas, los besos apasionados bajo la lluvia, las disculpas épicas y los reencuentros justo en el momento indicado. 

  Me encuentro a mí misma viéndote ver las escenas, a fin de cuentas, tú eres mi película. 

  He visto esta película cientos de veces, pero nunca con alguien que me ha hecho vivir escenas más memorables que las que aprovechamos para besarnos y burlamos de las cursilerías.  

  Me atrapas babeando por ti, y aunque odio inflar aún más tu ego me quedo fija en tus ojos, estamos conversando, cada pestañeo es un coqueteo y cada segundo una promesa de que en tu mirada están todas las sagas que nunca borraré de mi disco duro… Este es el concurso de miradas más excitante del día de hoy con música de fondo incluida.

  Llega mi escena favorita, la que quiero dedicarte silenciosamente. Asumo la derrota para devolverte a la peli y puedo ver tu sonrisa victoriosa por el rabillo del ojo, pero logro que tu atención caiga en la pantalla nuevamente. La veo atentamente, como si fuera la primera vez, bueno, contigo a mi lado cada palabra toma un sentido completamente diferente, ya no tengo que imaginarme lo que siente ella…

  Me muero por ver si notaste que espero que sientas lo que siente él, quiero saber y a la vez no quiero.

  De pronto toda nuestra relación depende de tu reacción, y es perfecta. 

  Es el cliché que no sabía que necesitaba, me jalas hacia ti, me estrechas entre tus brazos y me besas la mejilla y yo sonrío como una tonta, con una sonrisa de hoyuelos marcados y ojos achinados.

  No dices nada, no hace falta.

  Me aprietas aún más contra ti cuando él le ofrece su corazón en bandeja y ella no parece saber lo que quiere. 

  Ahora es mi turno. Te miro y pareces concentrado y dudoso, parece que también anhelas un final feliz. 

  Te susurro coquetamente al oído: -Quieres que te cuente el final?

  Me miras irónico: -No creo que me sorprenda, seguro acaban juntos.

  Te miro confiada: -No hablaba de la peli… aunque parece que ella no lo tiene muy claro. Tal vez es un final abierto.

  Mirando la pantalla: -Odio los finales abiertos, y ella lo tiene claro, solo tiene que atreverse a vivir lo que siempre ha querido y no la vida que los demás decidieron que es mejor para ella.   Además, pensé que “realmente” necesitabas que viera esta película. 

  Al ver que ignoras mi muy obvia propuesta indecente me paro frente a ti e improviso un torpe baile mientras tapo el televisor.

  Pareces muy interesado en la pantalla y me quitas del medio para acabar en tu regazo. 

  Comienzo a besarte el cuello y me haces cosquillas para que pare: -Déjame ver en que acaba pervertida.

  Mordisqueando el lóbulo de tu oreja: -Pero si el final es tan predecible para que quieres verlo, acaso no soy más interesante?

  Te levantas del sofá y te sientas en otro sillón alejado de mis ineficaces técnicas de seducción.

  Te miro fijamente, pero ni el sol me da, JA, sí que te gustó, yo gano.  

Tú y yo escuchando música mientras yo canto desafinada y tú me miras embobado.

  Yo cantando muy bajito y tú luchando por escucharme a mí en vez de a tu audífono.

Tú y yo bailando lento.

  Yo acariciando tu pelo, abrazándome a tu cuello.

  Tú sosteniéndome por la cintura y bajando, paso a paso, hasta mis caderas.

  Ni siquiera sabemos de qué va la canción, lo único de lo que somos conscientes es de lo cerca que estamos, de la curiosidad que van saciando nuestras manos y de lo bien que encaja tu cuerpo en el mío. 

Tú y yo en la cocina

  Yo fregando y tú observándome como si fuera tu plato favorito.

  Te acercas y me susurras al oído: -Tengo hambre.

  Finjo indignación: -Acabamos de comer.

  Juegas con mi pelo y me muerdes el cuello haciéndome cosquillas: -Tengo hambre de algo más, de algo rico…

  Me giro de frente a ti y te sorprendo con un beso, el agua sigue corriendo… Aprovecho tus ojos cerrados y con mi mano libre te ataco con el detergente.

  Dejas de besarme, pero te quedas estático con tus labios presionando los míos y acabo tan jabonosa como tú. Karma le dicen…

  Te separas de mí con una sonrisa socarrona y te quitas el pulóver para “secarte”.

  Intento tomarlo para hacer lo mismo. 

  Lo echas a un lado y me miras desafiante.

  Me hago la desentendida dispuesta a seguir fregando: -Lo vas a lavar tú.

  Derrochas seguridad en ti mismo con el torso desnudo: - O te lo quitas o te lo quitoSuena a amenaza y a promesa. 

  Trato de mantener la seriedad que requiere tanta tensión sexual, pero fallo estrepitosamente.

  Acabo riéndome a carcajadas cuando te veo mirarme de arriba abajo después de quitarme y lanzarte a la cara mi vestido, de por sí corto y desgastado, para seguir fregando como si nada, como si la temperatura no hubiera ascendido a niveles infernales.

  Con voz ronca y susurrante: -Ahora estoy comiendo, pero con los ojos.

  Sin mirarlo: -Cuidado no te quedes sin apetito.

  Te pegas a mí y desabrochas mi sujetador, cierras el grifo y recorres mis brazos hasta sacarme la prenda que ahora descansa en el piso mientras me giras de frente a ti y me subes a la encimera sin esfuerzo. Me besas como si mi boca fuera tu antídoto, tu salvación y tu redención por todos tus pecados.

  En medio del “postre” me tomas por el cuello y me obligas a mirarte, ya lo vi todo reflejado en tus pupilas dilatadas, pero lo reafirmas para evitar vacíos legales: -De ti nunca se me quitará el hambre. 

No me pregunten cómo, pero Arjona sabe, él siempre sabe



    

  

Diario de una escritora aficionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora