Capítulo 5

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Caminaba en el bosque, ya era tarde, pero no podía dormir.

Había discutido con papá, de nuevo.

En estas últimas semanas, discutir con mi padre era algo cotidiano, algo normal. Nunca había sido el padre más cariñoso del mundo, pero aún así era atento y comprensible. Ahora era todo lo contrario.

Apenas terminamos de discutir salí de casa, era muy tarde, demasiado tarde. Iba pateando todo a mi alrededor, desde hojas hasta piedras.

Empecé a escuchar voces a la lejanía y una pequeña luz, como la que irradia una fogata.

¿Acaso son una secta satánica que buscan personas de corazón puro para sacrificarlas en un ritual de sangre que les permita tener poderes tales como la inmunidad?

Fruncí el ceño ante mi repentina y rara imaginación.

Tal vez es peligroso, tal vez no. Tal vez son asesinos, tal vez son campistas. Tal vez sean mafiosos, tal vez son jóvenes del club de lectura. Las opciones son inmensas.

Decido acercarme, levemente. Bueno, ni tan leve.

Me acerco y salgo un poco de entre los árboles. Vi un grupo de jóvenes, 4 varones, 2 mujeres. Lo que me llamó la atención era que uno de lo jóvenes, varones, estaba atado y otro estaba frente a él, jugando y hablando con sus amigos. Nadie hacía nada más.

Vi una silueta, tenía un cuchillo y un pequeño conejo en su regazo, la persona alzó el cuchillo y lo hundió en el cuerpo del conejo. Mi respiración se cortó. Subí la mirada al joven, prácticamente me dio un infarto.

Damián.

Él era la persona que había hecho eso al pobre animal, sentí que me quería desmayar. Pero vi algo mucho peor. Jugaba con el conejo muerto, lo destripó e hizo muchas cosas que no quisiera haber visto.

De pronto, no me podía mover, no podía salir de allí. Estaba petrificada. Mi respiración era arrítmica pero silenciosa. Un recuerdo llega a mi mente al ver a Damián allí, lleno de sangre.

Tenía 6 años, le había rogado a mi madre el poder ir a visitar a nuestros vecinos, los Fox. Mamá accedió y preparó un pastel de moras muy delicioso. Ambas caminamos hasta la propiedad, una hermosa sonrisa en mi pequeña yo.

-Toca el timbre, pequeña - pidió mamá, sus manos ocupadas sosteniendo el pastel.

-Okay, mami - dije y toqué el timbre. Me alejé de la puerta y acomodé mi cabello.

Mamá me había hecho dos trenzas pegadas, tenía ganchitos de color blanco que combinaban con mi vestido, el cual rozaba mis rodillas. Vi hacia abajo, mis zapatos de color negro perfectamente limpios. Sonreí por ello.

La puerta se abrió, dejando ver a la señora Fox, estaba un poco ojerosa y cansada.

-Buenas tardes, Diana - dijo mamá, viéndome para que hablara.

-Buenas tardes, señora Diana - dije, diciendo el nombre que mamá había mencionado hace segundos.

-Buenas tardes - nos saludó la mujer, con una sonrisa.

-Diana, disculpa la interrupción, pero mi hija quería venir a saludarlos, y yo también, queríamos traerles esto - mamá le entregó el pastel.

-Oh, muchas gracias - dijo la mujer.

-Yo ayudé a prepararlo - mencioné feliz, mi madre y la mujer sonrieron.

-Con razón huele delicioso - alagó la señora, yo sonreí aún más - pasen, por favor - dice, dándonos paso a entrar.

Entramos a la casa, un hombre de gran altura cruza frente a nosotros. El señor Fox.

Sé mi peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora