Capítulo 34

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No podía dormir. Juro que moría de sueño, pero ahora que estaba acostada en la cama, abrigada y acurrucada, no podía dormir. Sentía energía acumulada a pesar de haber estado todo el día haciendo cosas.

A veces odiaba mi cuerpo y sus cosas raras.

Suspiré y me quité el edredón de encima. Pestañeé varias veces buscando que mis ojos se cansaran y poder conciliar el sueño.

Me giré suavemente para quedar de lado y ver a Damián durmiendo. Observé sus ojos cerrados y la tranquilidad en su rostro, sonreí al verlo.

-¿Estás durmiendo? – consulté en un tono de voz delicado, no era suficiente para despertar a alguien de un sueño plácido, pero si lo suficiente para poder ser oído por una persona a tu lado.

Cuando creí que no me contestaría, lo inesperado pasó:

-Lo estaba haciendo hace unos segundos – me dice sin abrir los ojos siquiera, yo reí levemente.

-Perdón – emito con algo de risa.

Me quedo en silencio y trato de conciliar el sueño una vez más.

-¿Qué pasó?

Vuelvo a abrir los ojos, pero él sigue con los ojos cerrados.

-No puedo dormir – le comento con simpleza.

-¿Para eso me despiertas? – aunque no se oye molesto, suena cansado.

-Lo lamento, pero en mi defensa, no buscaba despertarte, solo quería confirmar si estabas dormido.

Damián abre los ojos, yo Sonrío.

-A veces me caes mal – me dice, yo sonrío y me acerco a él, buscando comodidad. Damián se acuesta boca arriba y yo pongo mi cabeza en su pecho, sintiendo su respiración tranquila.

-Lo sé – respondo a su comentario.

-¿Qué tiene que pasar para que te duermas?

-No lo sé, tal vez hablar – comento, no sabía que hacer para dormir, la verdad es que no podía conciliar el sueño.

Nos quedamos en silencio un segundo.

-¿Cómo sabes disparar un arma? – pregunta de la nada.

-¿Cómo sabes tú eso? – pregunto confundida – no estabas presente.

-Poe.

-Claro, debí suponerlo.

-¿Entonces?

Me alejo de él un poco, y me pongo de lado para ver su cara.

-Mi madre, siempre fue una mujer obsesionada con mi cuidado. Siempre me sobreprotegía de la mayoría, cabe resaltar que fue más obvio cuando estuvimos en Vancouver. Siempre cuidaba de las personas que me pudieran hacer daño y así. Entonces, imaginarás su actuar cuando se enteró que una persona a quien le abrió las puertas de nuestro hogar me había dañado – comento, él asiente atento a mis palabras -. Mamá, luego de amenazar de muerte a ese hombre, me puso en muchos talleres y cursos de defensa personal, pelea, boxeo e incluso tiro libre.

-¿Te metió a un curso para aprender a disparar?

Asentí.

-Aprendí eso y muchos trucos de cómo defenderme. Por eso siempre buscaba cuidarme, pero, milagrosamente, cuando llegamos a Asfil sus guardias bajaron un poco. Parecía más confiada estando acá. Ya me imagino su cara al saber que estoy rodeada de asesinos – digo divertida y un tanto triste por el recuerdo.

Sé mi peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora