Capítulo 1

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Corro lo más rápido que puedo; mi respiración está agitada y mis piernas ya duelen, pero no me puedo detener.

—¡Amelia! —Al escuchar la voz de Sor Elizabeth, acelero los pasos.

Trepo por la pared del convento, sujetándome de las piedras sobresalientes y llego a mi habitación. No pasan ni dos segundos, cuando la monja entra y me ve.

Uff, justo a tiempo.

—Amelia ¿Qué haces aún aquí arriba? Tenemos reunión en la capilla. —Dice con su tono de voz dulce pero fuerte.

—Lo siento Sor Elizabeth, tuve un contratiempo en el baño. —Respondo con la excusa de siempre a lo que ella me mira y niega con la cabeza.

—Habrá que revisarte, últimamente tienes muchos dolores de barriga. —Dice para luego salir de la habitación conmigo detrás.

—No se preocupe, debe ser algo de comida que me habrá caído mal. —En realidad nunca he tenido dolores estomacales, sino que es la excusa que siempre utilizo cada vez que me escapo al jardín y me quedo dormida allá. Está prohibido estar en esa zona porque pasan muchos hombres y no tenemos tanta seguridad, pero es mi lugar favorito.

Llegamos a la capilla y todas las novicias y monjas están atentas a la misa del padre Julián. Ocupo mi sitio y escucho lo que dice en la misa. Al terminar, Sor Elizabeth se acerca a mí y me habla.

—La Madre Superiora debe hablar contigo, te espera en su despacho. —Yo asiento extrañada y me marcho hacia allá.

¿Habré hecho algo mal? ¿Habrán descubierto mis fugas mañaneras?

Llego al despacho de la Madre Superiora y llamo antes de entrar. Ella está sentada en su silla y me sonríe cordialmente como de costumbre. Hace señas para que tome asiento delante de ella y lo hago.

—Amelia, querida ¿Cómo estás?

—Muy bien Madre Superiora, gracias a Dios. —Respondo, a lo que ella asiente.

—¿Sabes el motivo por el cuál te cité aquí hoy? —Pregunta y yo niego.

—No, Madre Superiora. ¿He cometido algún error? —La miro preocupada.

—No, para nada, eres una novicia muy obediente, estás aquí por otro motivo... Hace dos días fue tu cumpleaños número dieciocho, por lo que ya eres mayor de edad. A este punto, debes elegir si deseas convertirte en una monja del convento o si prefieres hacer vida común. —La observo con confusión. Es lógico que quiero ser monja. ¿Qué vida podría tener en la calle si no tengo a nadie?

—Yo quiero ser monja, Madre Superiora. —Respondo a lo que ella niega con la cabeza.

—Amelia, tú eres tan joven y bella, necesitas conocer el mundo, la vida fuera de aquí... Nunca has salido del convento a menos que sea para visitar otros. En mi opinión deberías vivir la vida en las calles.

—Pero... yo quiero ser monja. Además, no tengo a nadie fuera. ¿Dónde dormiré? ¿Cómo comeré? —Respondo con preocupación.

—Tú no quieres ser monja, tú solo no conoces más allá de lo que ves aquí dentro... Nosotros te acogimos desde bebé cuando tus padres te dejaron en la entrada y por eso has vivido aquí todo este tiempo, pero ya es hora de que salgas. —Abro los ojos de par en par.

¿Me está echando de aquí?

—No malentiendas querida, aquí todos te amamos y nos encantaría que formaras parte de nuestras hermanas; pero yo no puedo permitir eso si no has vivido. Ser monja es una elección, es lo que escoges luego de ver la vida exterior y sentir que perteneces a este lugar. Por eso esta tarde debes irte del convento.

—¿Qué? Pero... —Ella me detiene antes de continuar.

—No te preocupes por el lugar dónde vivirás; he contactado con una de las familias que nos ayudan hace muchos años y que han aceptado tenerte en su techo hasta que puedas independizarte. —Yo no respondo, no encuentro palabras. Tengo que irme de aquí, de mi hogar, para vivir con personas desconocidas.

—Si luego de tres meses, sientes que no perteneces a ese mundo, con gusto te recibiremos en nuestro convento. —Mis ojos se iluminan al escucharla.

Bien, solo tendré que aguantar tres meses y luego podré volver.

—De acuerdo, Madre Superiora, usted es sabia y yo la respeto. —Ella toma un papel de encima de su escritorio y me lo entrega. Veo una dirección anotada en él y frunzo el ceño.

—Esa es la dirección de tu nuevo hogar. Tomas un taxi en la entrada del convento y le das el papel al chofer para que te lleve hasta allá. —Yo asiento y le agradezco.

Me levanto del asiento, lista para irme, pero su voz me detiene antes de abrir la puerta.

—No temas a lo desconocido, ábrete a las posibilidades. —Es lo último que dice. Salgo de su despacho directo a mi habitación para recoger mis cosas.

Una vez todo está listo, me dirijo hacia la salida, donde me esperan todas las hermanas, mis compañeras novicias y la madre superiora; todas las personas con las que he vivido desde que tengo uso de razón. Aún no me puedo creer que tenga que marcharme, pero la Madre Superiora es sabia, ella sabe lo que hace y yo la respeto; Dios sabrá protegerme como lo ha hecho hasta ahora, hasta que regrese al convento dentro de tres meses.

—Cuídate mucho mi niña y que Dios te acompañe. —Dice Sor Elizabeth mientras me persigna ; ella ha sido como una madre para mí y me duele irme de su lado.

—Amén. —La abrazo con fuerza, para luego tomar mis maletas y caminar hacia el taxi que me espera en la entrada. El chofer me ayuda a guardar las maletas y luego entro en los asientos traseros. Observo por última vez el lugar que ha sido mi hogar durante toda mi vida, despidiéndome de las personas que han cuidado de mí y me han dado cariño.

El taxi emprende el viaje y le muestro la dirección a la que debe llevarme. Bajo la mirada a mi atuendo y veo que aún llevo mi vestido de novicia; no quise quitármelo hasta última hora y al final me olvidé cambiarme. Todo el camino me lo paso admirando la ciudad a mi alrededor; nunca salgo del convento, y cuando lo hago no me detengo a mirar el exterior. Luego de dos horas de viaje, veo que nos adentramos en un pueblo dónde cada vez las casas son más apartadas. El taxi se detiene frente a un inmenso portón plateado y me informa que esta es la dirección que dice en el papel.

Salgo del auto y el frío de la noche me hace abrazarme con los brazos. El chofer me entrega las maletas y luego se marcha. Camino en dirección a la entrada y un hombre de traje me recibe.

—Usted es la señorita Amelia ¿cierto? —Su voz es autoritaria pero amable. Me pregunto si será el señor de la casa.

—Así es. ¿Usted es... —Busco el nombre en el papel que me entregó la Madre Superiora y leo el nombre. —...el señor Jones?

—No señorita, yo soy su guardia de seguridad, déjeme y la ayudo con las maletas. —Asiento y camino detrás de él en dirección a la casa. Cuándo llegamos a la puerta, él me entrega una nota con una serie de números.

—Este es el código para entrar a la casa, aquí no hacen falta llaves, solo ese código. —Asiento fascinada ante tal lujo. —Yo llego hasta aquí, le deseo suerte señorita. —Es lo último que dice antes de dejar mis maletas al lado de la puerta y volver hacia el portón.

Introduzco el código en el pequeño tablero y la puerta se abre luego de un pitido. La música llega a mis oídos y se va haciendo más fuerte a medida que avanzo por el pequeño pasillo arrastrando mis maletas. Llego al salón y me quedo estática; ambas maletas caen a suelo y eso hace que gane la atención de los presentes.

—¡Santa madre de Dios! —Exclamo mientras me persigno cinco veces seguidas.



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Hola mis amores, aquí les dejo el primer capítulo de esta nueva historia. Nos adentraremos en un mundo nuevo para nuestras inocente Amelia. Espero que les guste☺️.

¿Qué habrá visto para que haya reaccionado así?😬

No olviden votar🌟 y comentar que les parece.

Esperen próximas actualizaciones. Los amooooo💖💖🤍🤍.

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