Capítulo 32

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AMELIA

—Hola, Ángel. —Me da una sonrisa ladeada y se sienta en la banqueta frente al mostrador.

—Hola, linda. ¿Cómo has estado? —Su voz suave me estremece de pies a cabeza, pero me obligo a no flaquear mi sonrisa.

—Bien, algo ocupada. ¿Y tú? ¿No harás más viajes a Hawái?

—No creo, ya hice lo que debía. —Hace una pausa y luego, al mirar mis piernas desnudas, agrega. —Te queda bien ese uniforme.

—¡Este uniforme me queda demasiado pequeño para mi gusto, es inaceptable que las mujeres debamos llevar esto! —Finjo molestia e indignación. Debo actuar cómo Amelia la novicia.

—Pero si se te ve bien así, ¿por qué te alarmas tanto? —Pregunta sin apartar la mirada hambrienta de mis muslos.

Imbécil.

—No está bien, muestro mucha piel, si la madre superiora me viera así me haría rezar bastante. —Por su rostro comprendo que no tiene idea de que hablo. Genial, no sospecha nada del convento.

—¿Madre superiora? ¿De qué hablas? —Pregunta con curiosidad.

—Pues verás, yo me crié en un convento, rodeada de monjas. Mis padres me dejaron allí cuando era apenas una bebé y desde entonces he servido a Dios. —Su cara es un poema e intento no reírme. —Yo quería convertirme en monja apenas cumpliera los dieciocho.

—¿Dieciocho? —Me interrumpe y yo asiento con un suspiro mientras preparo un helado que ha pedido otro cliente.

—Sí, hace dos meses cumplí mi mayoría de edad, pero la madre superiora básicamente me expulsó de ahí, dijo que antes de convertirme en monja debía vivir en la calle, conocer personas y si luego de unos meses aún quería regresar las puertas estarían abiertas para mí. Ahora vivo con unos chicos cerca de aquí y me han ayudado bastante a acoplarme. —Explico entregando el pedido. Miro a Ángel y puedo ver que se ha quedado pensativo.

—Vaya, que... loco. —Se queda en silencio unos segundos y luego me mira. —Dame un cono de helado, de almendras. —Pide y asiento.

—No soy muy buena relacionándome con las personas, pero tú me has caído bien, me ayudaste con el castillo de arena. —Le recuerdo con una sonrisa y él me corresponde.

—Me alegra escuchar eso, tú también me caes muy bien.

Tanto como para matarme, claro.

—¿Vives cerca de aquí? —Le entrego su helado y él me paga.

—Sí, bastante cerca.

—¡Oh, genial! —Finjo entusiasmo. —Yo trabajaré todos los días hasta las cinco, si quieres puedes pasarte por aquí y hablamos un rato... Digo, si te apetece. —Bajo la cabeza avergonzada mientras jugueteo con mis manos sobre el mostrador. Ángel extiende su sonrisa y se acerca más a mí.

—Claro que me apetece, vendré a verte todos los días... Digo, si quieres. —Su tono de voz seductor no me pasa desaparecido, ni a mí ni a Hades que resopla por el intercomunicador.

—Me gustaría, sí... Será bueno tener alguien conocido con quien hablar.  —Le doy una sonrisa tierna y él acorta la distancia para dejar un beso en mi mejilla.

¡Lo voy a matar! —Exclama Hades, furioso.

—Entonces vendré. Nos vemos, preciosa. —Dicho esto, da la vuelta y se marcha de la heladería.

Yo suelto todo el aire que no sabía que retenía luego de su beso y me recuesto a la pared detrás de mí para calmarme. Tomo una servilleta y limpio con asco la mejilla donde posó sus húmedos labios.

Inocente✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora