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3. ¿Qué escondes, Sam?

ERICK

Tras la inesperada confesión de Samara el asunto no deja de dar vueltas en espiral dentro de mi cabeza. Me sigue pareciendo absurdo pero la similitud de la niña con Sam es innegable. No se podía pasar por alto ese detalle. Ahora mi duda consistía en saber de quién se trataba la supuesta amante.

Por obvias razones esto era ignorado por Alex porque si él lo llegase a saber, seguramente armaría un escándalo y buscaría a la mujer y a la niña hasta dentro de los cristales de sal disueltos en el agua de mar.

—No he dejado de pensar en lo que me contaste. He estado incluso tentado a preguntarles a mis padres —le dije a Samara.

—Ni se te ocurra, ni una palabra a ellos y mucho menos a Alex —puntualiza.

— ¿Qué piensas hacer? ¿Guardarte eso para siempre? ¿Quedarte con las dudas o enfrentar la realidad?

—No lo sé. No creo que me pueda presentar allá sin destrozarme en el intento. También he deseado preguntarle a Lulú o a la ingrata que tengo por hermana.

— ¿Crees que alguna de ellas lo sepa?

—Espero que no, porque me decepcionaría mucho. —De repente clava sus ojos en los míos y agrega—: Erick, si en algún momento me llega la valentía para ir a conocerla ¿Irías conmigo?

—Sabes que sí. —Le sonrío.

Y ahí están nuevamente nuestros ojos, jugando a descifrar antiguos pergaminos egipcios sin ni siquiera conocer el idioma y mucho menos la cultura. Dos pares de novatos que no saben a dónde van a parar.

—Debemos volver a clases —le digo mientras me levanto y le tiendo la mano para ayudarla a levantarse.

Este árbol detrás de la cancha de baloncesto ha sido testigo de casi todas sus lágrimas. Si alguna vez la pierdes de vista, seguro va estar aquí, recostada al tronco, con los audífonos puestos, escuchando la misma canción triste de Bruno Mars y dejando que esa agua salada brote de sus ojos.

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A la salida es la misma rutina a la que tanto estoy acostumbrado: conducir y que esos dos hermanos tan importantes para mí, cada uno a su manera, vengan conmigo.

— ¿Y Sam? —me pregunta Alex mientras sube al auto.

—No lo sé, pensé que venía contigo.

—Yo creí que ya estaba aquí.

Niego con la cabeza. Alex saca el móvil para marcarle cuando la vemos caminar hacia el estacionamiento acompañada de Suzie. Sam parece irritada mientras su amiga le insiste en algo, usando incluso señas de rogar.

— ¿Puedo ir con ustedes? —pregunta Suzie cuando ambas llegan al auto.

—Sube —le respondo.

Durante el camino nadie dice nada. Supongo que cada uno está inmerso en sus propios asuntos. Miro a Sam de reojo y la descubro mirándome también. La sonrisa me sale automática con ella. Por el retrovisor siento las miradas acusatorias de Alex.

Cuídala como si fuese tu hermana.

—Te llevo hasta tu casa, Suzie —le digo cuando ya estamos frente a la mía.

—No es necesario, me quedaré aquí ¿Cierto, Sam?

—No. —Todos nos volteamos a mirarla, sorprendidos de su respuesta.