21. Cicatrices

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SAMARA

Un viento helado me azota la piel. Mis pies desnudos palpan el césped húmedo. Miro a mi alrededor y pese a la escasa luz, reconozco el lugar. ¿Qué hago aquí? No recuerdo haber salido de mi habitación una vez Erick me acompañó hasta la puerta. Confundida empiezo a apurar el paso, observando el juego de luces y sombras proyectadas por los árboles que decoran los confines de la Hacienda. A los lejos diviso la capilla y arrugo el entrecejo al ver sus puertas abiertas de par en par.

Una nueva ráfaga de aire se cuela en mis adentros, atrevida, minúscula pero vigorosa. Sigo caminando buscando tomar el rumbo contrario a la capilla, sin embargo, mis pies parecen conducirse directo a ella. En mi pecho se agudizan los latidos y los vellos se me erizan cuando todo se oscurece de golpe a ambos lados del camino. No hay hierba, no hay luna ni hojas bañadas en rocío, solo una espesa negrura que se yergue poderosa a donde sea que mis ojos se posan.

Aprieto los puños. Estoy temblando. Continúo caminando y es cuando lo veo. Los veo. Mi vista se enfoca con dificultad en el umbral de la capilla, mis labios se fruncen y un sollozo escapa osado de mi boca. Entonces empiezo a correr. Mis pies persiguen la luz que emana de sus cuerpos, enceguecedora y atractiva. Están agarrados de las manos, sonríen y con sus manos libres me invitan a acercarme a ellos. Me están esperando.

Sigo corriendo, pero el camino se me hace eterno y difuso. Las antiguos muros que circundan la propiedad ya no se proyectan ante mí, solo es la capilla, ellos y esa luz que me llama.

No lo dudo y después de tanto correr y correr, llego a ellos. El momento no me dura, sus figuras se difuminan en matices de claroscuros. Las sombras se agrandan y se estiran frente a mí, altivas, acusándome con su dedo inquebrantable.

— ¿Mamá? ¿Papá?

— ¿Por qué lo hiciste? —Sus sonrisas se desfiguran—. ¡¿Por qué lo hiciste?!

— ¿Qué hice? —inquiero en un sollozo incontenible.

— ¿Cómo te atreviste, ratona? —habla mi padre—. Estamos decepcionados. ¡Mírate! Estás manchada.

Las lágrimas no se detienen a la orilla de mis ojos, más caen como cascadas formando inmensos pozos al final del recorrido. Siento mis manos húmedas en tanto ellos no paran de acusarme. Me juzgan sin piedad por algo que he cometido y no logro entender qué es.

Busco mis manos con la mirada y de ellas corren hilos de sangre. Las levanto para tenerlas más cerca y de ambas muñecas escapa ese líquido rojo que me inculpa. Miro mi ropa, voy vestida de blanco como ellos; pero rápidamente el color de la pureza, de la paz y la inocencia se enluta en tonos rojizos.

La sangre me baña río arriba en contra de la gravedad y en pocos segundos se mezcla con el sudor frío que brota de mis poros. Uso mis manos para limpiar con desespero sus manchas, refriego y refriego, pero todo resulta inútil.

Ya no los veo. Todo es oscuridad y de repente sus voces se hacen eco en medio de una maraña de ramas que se levanta por los viejos muros que ahora sí se permiten ver. Se mueven, crecen en lo que dura un latido y se extienden hacia mí. Enseguida lo entiendo, me quieren atrapar.

Empiezo a correr hacia ningún lugar porque no reconozco ya donde me encuentro. Mis pies luchan por no tropezar, sigo bañada en el líquido escarlata y cuando la dureza de una rama me impacta por la espalda, caigo de rodillas.

— ¡Mamá! ¡Papá! —grito.

El sonido se ahoga cuando el suelo herbáceo desaparece bajo mis pies y el vacío busca absorberme en una caída sin fin.

Into you © ✔️ [En español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora