Capítulo 26

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19 de abril 2019.

Elina.

El agua de la tina se había enfriado y mi piel se había arrugado como una pasa pero no fui capaz de moverme, el vacío que sentía luchaba con la culpa de una manera tan brutal que imaginaba que al moverme me iba a desarmar, la música sonaba sin embargo no podía ponerle atención ni a eso ni a nada más, lo único que se repetía en mi cabeza era la terrible madre que era.

–¿Elina?–llamaron a la puerta.

Pude hacer el intento de mirar la puerta pero mi cuerpo ahora era de piedra.

–¿Estás bien?

Quise decir que si pero mentir en estos momentos parecía el mayor pecado que pudiera alguien cometer.

–Voy a entrar.–avisó.

Pegue mis rodillas a mi pecho intentando que mi cuerpo no fuera expuesto a su mirada.

–Nena.–colocó su mano en mi hombro.

«No es tu culpa»

Su voz diciendo esas palabras se repitieron en mi cabeza pero yo no podía dejar de encontrar mil y un razones que me reafirmaban que si lo era.

–Creo que es momento de que salgas de la ducha.–susurró.

No me había aseado, me había sentado durante una hora y media en la tina sin hacer nada más que llorar.

–Di algo.–dijo angustiado.

Tome aire y sentí como si el alma me hubiese regresado al cuerpo.

–No me he duchado.–arrastre las palabras.

–Te ayudaré a ducharte, venga.–me ofreció su mano.

Gire mi cabeza mirando su mano y aunque le ordenaba a mi cuerpo que reaccionará y tomará su mano siguió sin moverse.

–No puedo moverme.–dije llorando.

Mire como sus ojos se rozaban por un segundo antes de meter sus brazos en la tina para tomarme en ellos sacándome de la fría agua y llevándome a la regadera.

–¿Puedes mantenerte en pie?–susurró.

Asentí recargandome en los helados azulejos de la ducha mirando como se deshacia de sus zapatos para después encargaste de abrir la regadera y templar el agua para mí, cuando fue así me tomo de la cintura y se metió bajo el chorro de agua conmigo mojando su ropa.

–¿Está bien el agua?

Moví la cabeza afirmando mientras que con la esponja cubierta de jabón me limpiaba los brazos, se dedicó a limpiar todo mi cuerpo y pude sentir su miedo a herirme en algún momento.

–¿Tienes miedo?–mire su mano sujetando la esponja.

–¿Miedo?

–Lo haces como si me fuera a romper.–roce su mano.

–No quiero lastimarte o que pienses que intento algo más.

Detuve su mano y lo mire.

–Eres la única persona incapaz de lastimarme.

No dijo nada y yo tampoco, siguió limpiando mi cuerpo pero su mano se movía con rigidez.

–¿Recuerdas cuando nació Strom?–susurré.

–Si.–dijo en un suspiro.

–La primera vez que lo cargue me iluminó más la vida lo mismo me pasó cuando tuve a Kai entre mis brazos.–le conté– ahora ninguno está y todo parece perder esa luz.

Amargo Paraíso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora