Capítulo. XIV

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—Bien, su majestad —concordó mi profesor para girar sutilmente y mirarlo—. Hagamos un trato; usted me permite ser la excepción con Mavra, además de que debe de confiar en mí como médico, y yo le voy a entregar en sus manos al mejor guardián para la princesa —espeta seriamente.

Miré mis pies vendados y pensé en lo que sería de mí, qué tan desgarrador será mi destino.

—Está bien, ¿pasado mañana puedo comenzar con mis movimientos sobre el tablero? —le pregunta el rey.

—Sí, su majestad. Aunque necesitará un calzado especial, me imagino que van a hacer algo que implique mucho movimiento, tiene que ser algo resistente por fuera y delicado por dentro.

El rey giró para mirar al mayordomo y con una orden silenciosa él simplemente hizo una reverencia y se marchó para perderse en los pasillos gigantescos del castillo, un sentimiento extraño invadió el cuarto y el rey solo me miró.

Esa mirada escalofriante que transmite más de mil emociones hizo que mi piel se enchinara, su mirada tiene algo terrorífico. El rey apartó su vista y la dirigió al suelo para dejar salir un suspiro por su nariz, mi profesor se entretuvo acomodando y limpiando varios utensilios. No sabía qué hacer o decir, columpié mis piernas y examiné todo el salón con delicadeza. Mis ojos se detuvieron en aquella flor azulada oculta en una esquina de la recámara.

«¿Se podrá medir el dolor?, ¿existirá algo tan exacto como para compararlo? ¿Cuánto la habrá amado?», pensé.

Decayó mi mirada al recordar el pasado de mi profesor, esa historia tan desgarradora que me contó.

—Una disculpa, Ansel. —Me sorprendió tanto aquella voz grave que me dio un escalofrío.

Miré al rey y en sus ojos solo encontraba melancolía.

—No se disculpe, su majestad. No tiene por qué hacerlo —le digo apartando la mirada de esos ojos penetrantes.

—Lo digo sinceramente, no debí de tratarte de esa forma —repite.

—No se está disculpando con ella, solo lo hace por él —espeta mi profesor irrumpiendo su búsqueda de medicinas.

El rey no dijo nada, asintió sutilmente con la cabeza y antes de retirarse me miró una vez más.

—Espero que seas igual de fiel y obediente, te esperaré para comenzar con tu servicio. —Y con eso aquella capa, un poco más clara que la noche estrellada, desapareció.

—No te preocupes Mavra —anuncia mi profesor una vez que cerró la puerta completamente—. No te va a pasar nada malo, aún no estás lista para proteger a Dabria como se debe. Por cierto, en dos días tus pies van a estar aproximadamente un ochenta por cierto sanados, esos veinte de sobra son por las heridas más profundas —me explica mientras regresa a buscar objetos en los gabinetes—. Ya casi estás totalmente sana; pero dejando eso de lado, ¿ya desayunaste? —inquiere prestándome atención ahora.

—Aún no, profesor.

—¡¿Cómo qué no?!, ya se está haciendo tardísimo. —Buscó algo en sus bolsillos y no lograba encontrar el objeto, se detuvo en seco para procesar algo y me miró con los ojos entornados—. Cierto, lo perdí no hace mucho.

—¿Qué cosa? —le inquiero.

—Un reloj, ¿sabes lo que es? —me cuestiona.

—Sí, el mayordomo me explicó —le respondo sonriente.

—¿Yo no lo expliqué en ninguna clase? —me pregunta extrañado mientras se recarga en el mueble para reposar.

—No, señor.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora