Siglo XVII, 1697, 12 de septiembre
12:29 P.M.Las horas se hacían eternas, los días infinitos y las semanas inmortales, pero el tiempo pasaba y Dabria no mejoraba. Han quedado atrás exactamente dieciséis días desde aquella noche y las cosas solo están empeorando.
Mis pesadillas se han vuelto tan perturbadoras que extraño a aquel hombre que aparece en mis sueños turbios, las sombras me acechan todas las noches como si yo les debiera algo y la única cura que tengo a la mano es la compañía de Dabria.
La princesa no se despega de mi lado y aunque no me quejo de ello sé que no es bueno para ella. Ha abandonado todo lo que le apasionaba, su jardín lo ha dejado en otras manos y ya no sonríe de la misma forma; no sale ni siquiera a ver el sol y solo me quiere a su lado. Perdí la cuenta de cuantas veces duerme al día, todo el tiempo está acostada junto a mí en mi cama y solo se levanta a la hora de las comidas, a donde siempre la acompaño.
Los hermanos y Asmodeo se fueron al cuartel de nuevo por tres razones; la primera por la privacidad de la princesa y mía; la segunda porque son campeones de varias categorías y la tercera porque aunque el torneo haya sido pausado siguen aquí aquellos que su categoría aún no ha sido abierta.
A Dabria no le importó pero a mí sí, incluso me afectó. Un día regresé en busca de Benedict pero todos me reprocharon el hecho de que no supe proteger a la princesa, me decían a la cara cosas que no quería recordar, cosas como: «Tú no eres un caballero» «¿Y te haces pasar por un Domènech?» «No necesitamos inútiles». Me largué ese día, no pude aguantar sus comentarios hirientes... mi corazón no pudo con eso. Tanto que he sacrificado para nada.
Un día después regresé determinada a encontrar a Benedict, no lo encontré pero sí llegó a mí la noticia de que se corrió la voz. Ese día fue el peor de todos porque me recordaron la muerte de los que murieron por mis manos. A veces me convencía de que no lo hice pero ver la cicatriz que aún no sana de mi nariz me traía a la realidad. Me niego a creerlo incluso teniendo su sangre impregnada en mi piel.
—¡Mavra!
—Mande, mande —digo anonada.
—¿Por qué haces eso? —me pregunta Dabria con el ceño fruncido.
—¿Hacer qué?
—Te enfocas en algo y te ausentas, literalmente —dice en forma de burla.
También eso es algo que cambió de ella, de forma repentina transforma su forma de hablar, de ser, por algo más agresivo y grosero.
—Entiendo —le digo mirando mi desayuno de frutas, dejando la cuchara a un lado.
Mis dedos rotos, según mi profesor, sanarán en cuatro o seis semanas. Aún tengo las varillas que los sostienen de doblarse y las heridas ya están cerrando completamente.
—¿Ves? ¿Qué demonios te pasa?
No le respondí y solo observé los colores deslumbrantes que tienen.
—¡Ey!
—Te escucho —le comento sin mirarla.
—¿Te lo vas a comer?
—No. —Empujé el plato para que se deslizara hasta el lado contrario y lo tomara.
Sus mejillas se inflaron más al igual que ella en estos pocos días. Suspiré por su hambre insaciable y la observé atenta.
—¿Qué me ves?
—El aniversario de tu nacimiento es en menos de dos meses —le digo pensativa.
—¿Y?
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El Caballero de la Reina I [La Infancia]
Historical FictionMavra es una pueblerina que vive en la capital de la nación Vreoneina, Cos d'or, el cementerio de los más valiosos minerales y piedras preciosas. Con un pasado confuso vive bajo el manto de aquellas personas que considera su familia, aquella que se...