Capítulo. LXIII

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Siglo XVII, 1697, 4 de octubre
9:35 A.M.

Abrí los ojos por el sonido de la puerta al ser golpeada suavemente, levanté la cabeza y encontré la silueta del mayordomo en medio de la apertura que se llama entrada.

—Señoritas, es hora de su clase de baile. Vayan a asearse mientras contengo al profesor —nos avisa en voz baja, en un tono muy alegre como siempre.

Miré a Dabria todavía dormida y asentí a lo que me pedía el mayordomo. Me dejé caer en la cama con los ojos cerrados y suspiré en el oído de la princesa, esta se estremeció en respuesta y se acercó a abrazarme.

—Dabria, vamos a bailar —le susurro.

—No quiero —me responde dormida.

—Tu pediste las clases, niña. —Abrí mis párpados y encontré su rostro frente al mío.

Le di un beso en la frente y ella se acurrucó contra mí.

—Vamos —me digo, levantando mi torso, llevándomela a ella conmigo.

Me soltó y se dejó caer a secas en la cama, me reí por ella y siguió durmiendo. Me levanté lentamente, los músculos de mi espalda me dolían por culpa del teniente. Por más que entrenemos solo tres o quizá dos horas casi todos los días sabe como cansarme, aunque ya no me sorprende comprendí que sus técnicas son pesadas.

—Vamos, Dabria, tenemos que ir a lavarnos —le comento, carraspeando mi garganta seca.

—Ve tú.

—La cama se está pudriendo —le digo seria, aguantándome más risas.

—Por tu culpa, tú con tu sudor apestoso —me contesta contra la almohada.

—Pues hay que dejarla respirar —le digo entre dientes.

Jalé las cobijas y sábanas para destaparla y ella gruñó. La levanté a rastras y aún dormida me la llevé al área de aseo. Cada vez que bostezaba detrás de mí a mí me provocaba hacerlo, su mano caliente me hacía querer dormir pero el frío del suelo me lo prohíbe.

Toqué la puerta y me la abrieron unos sirvientes que a simple vista se ven muy energéticos. Nos dejaron pasar entre reverencias y saludos a la princesa. Fuimos directamente a las bañeras y pedimos que nos prepararan dos.

—Que sea una —dice la princesa más despierta—, y la más grande.

Las sirvientas le hicieron caso y yo no pude negarme... no puedo hacerlo.

—Tengo sueño —me comenta mientras esperamos.

—Yo también, pero no te preocupes ahorita se nos quita.

—No me digas —me responde sarcástica.

Después de un rato ella entró a la bañera mientras yo me desvestía, me puse una toalla alrededor de mi pecho para que me llegara hasta los muslos y con ella entré.

—¿Por qué haces siempre lo mismo? —me inquiere la princesa extrañada.

—Porque es inapropiado que dos cuerpos desnudos estén tan cerca —le recalco, levantando mi dedo índice al hablar para dejarle saber que tengo la razón.

—¿Por qué?

Alcé los hombros y le hice una mueca de no saber mucho sobre el tema. Ella también me miró raro y no me preguntó más, sé que después de esto va a ir a investigar la razón por lo que no me sorprende que ya no insista.

—Me duele la espalda —espeto mientras le tallo la cabeza.

—¿Estás bien? Si quieres podemos empezar mañana.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora