Capítulo. LXV

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Siglo XVII, 1697, 25 de octubre
5:56 A.M.

Abrí los ojos y miré el techo, Dabria habló dormida sobre mi pecho y yo le di un beso en la frente.

—Estrellita —le susurro alegre—, ¿quién cumple años hoy?

Se removió en mi pecho y yo le di unas palmadas en su espalda, acaricié el brazo que tenía sobre mí hasta llegar a su mano con tal de despertarla.

—Unas horas más —me pide dormida.

—Está bien, la fiesta comienza más tarde.

Por orden de la princesa la gran fiesta que los monarcas ya tenían planeada desapareció. Dabria no quería abrir las puertas de su castillo a personas que nunca ha visto en su vida y todos respetaron su decisión; en cambio no dejó de lado la fiesta. Cambió a todos los invitados por todas las personas que sirven al castillo, incluso recalcó que el chef, el mayordomo y mi profesor iban a ser los invitados de honor.

Estos últimos días Dabria no me permitió ir a entrenar, me obligó a tomar sus clases diarias con otro profesor además de ir a las de baile. En el ámbito educativo, aparte de que ella tiene más conocimientos que yo, va mucho más avanzada, literalmente no estaba aprendiendo nada nuevo en las clases que yo tomaba con el profesor.

—Dabria —la llamo suavemente.

Se negó a levantarse y yo me peleé con su cuerpo para poder liberarme de su agarre.

—Voy a ir a bañarme, en un rato regreso —le aviso, dándole un último beso en una de sus mejillas.

Cerré la puerta del cuarto a mis espaldas, corrí tan rápido como una bala y con una sonrisa en la cara fui al área de aseo, entré y encontré colores neutros por todas partes. La primera habitación estaba llena de risas y platicas alegres, saludé a todos con una reverencia rápida y fui al área de bañeras.

Encontré a varios sirvientes encargados de esta zona moverse de un lado a otro ocupados, no vestían su uniforme pero aun así tenían que trabajar.

—¿Me permite apoyarlo? —me habla una dama.

—¿Puedo preparar una bañera?

—Sí, enseguida le dejo lista una.

—Yo lo quiero hacer —repito antes de que se vaya.

Me miró extrañada y la acompañé a donde fuera, caminamos hacia una esquina no muy alejada de donde provenían vapores densos y tomó una cubeta de una pila ordenada que había por ahí.

—¿Puedo hacerlo? —le inquiero, viendo el caldero gigantesco con agua burbujeante dentro.

—¿Sí? —Me tendió la cubeta de metal dudosa y yo tomé un poco de agua con miedo a quemarme.

—Necesitará más que eso, joven —me dice divertida.

—Es difícil, ¿no? —le inquiero, intentando tomar más agua.

—Sí... —me dice pensativa—, pero te acostumbras.

Hundí la cubeta rápido, sintiendo más brasas invisibles del calor quemando mi piel, y la saqué tambaleante. Unas gotas me cayeron en los brazos y me quejé por ello.

—¿Se encuentra bien? —me pregunta preocupada, poniendo sus manos frente a ella por si requería moverse rápido.

—Sí, sí, solo es pesado —le digo risueña.

Le eché un vistazo a sus manos cicatrizadas y me concentré en llevar el balde a un lugar antes de que se derritiera.

—Sígame —me dice la dama.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora