Capítulo. XXII

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La ovación que se escuchó cuando mi profesor finalizó su tiro me sorprendió tanto que brinqué en mi asiento.

—El doctor es muy bueno —espeta una de las damas sentada a mi lado.

—Y en los dos sentidos —dice más bajo su acompañante entre risillas.

No entendí muy bien eso, pero supongo que no es algo correcto.

—¡Mírenla nada más! —alza la voz una de las damas que se encontraba jugando.

Se acercó a mí a paso rápido y se detuvo a unos cuantos metros.

—Eres preciosa, ¡no puedo creer que seas tú! No me das esa esencia a caballero —me explica mientras me examina con los ojos entrecerrados de pies a cabeza—. Pero verte en este estado me deja con mis dudas, tal vez te esté subestimando —se aclara.

—Sí, justo pensé lo mismo —concuerda una de las mujeres sentadas a mi lado.

—No metan cizaña —habla un hombre frente a nosotras que está a punto de jugar su turno.

—Pero si no estamos diciendo nada malo, esta niña siento que sería una buena imagen para algo pero no para un caballero, sería buena para todo lo demás menos para eso —replica la dama antes de regresar a jugar.

No sabía qué contestar sin sonar muy amenazante o muy a la defensa así que mejor me quedé callada mirando atentamente todo lo que hacían.

—Ella es bonita, sí, pero ¿quién dijo que no se podía usar su imagen para algo relacionado con la caballería? —comienza a hablar el hombre que les contestó anteriormente—. Piénsenlo, publicaciones del periódico con el rostro de esta pequeña anunciando que es el gran, temido y tan buscado caballero de la princesa —expresa exagerando los adjetivos que usa.

—Sí, sería gracioso verles a todos las caras, te estarían subestimando claramente, pero si el rey ya te recogió entonces quiere decir que tú eres la indicada —espeta otra dama mientras juega.

—Ahórrense todos sus pensamientos y guarden sus palabras —resuena una voz varonil y arisca.

Todo el salón guardó silencio en cuanto habló el hombre.

—Ay, todo se va a quedar en este lugar, no hay ningún problema —aclaró un sirviente que esperaba su turno de juego.

—Tiene razón, hay malas lenguas por todas partes —le replica otro al sirviente.

—¿Malas lenguas? —pregunté en voz alta.

—Sí, esas que se les escapa todo —expresa con desagrado una de las damas a mi lado.

—Entiendo —acoté.

—Si alguien tiene la mala lengua de ir diciendo que tú eres el caballero personal de la princesa Dabria —comienza de nuevo aquel hombre que habló antes, no lograba verlo pero al escuchar las bolas chocar sobre la mesa supuse que terminó su turno—. El rey ya nos avisó que lo iba a mandar a matar. —A pasos agigantados un hombre un poco más joven que el mayordomo se acercó a mí.

No se parecen en nada, el mayordomo es alegría y luz pura mientras que él es todo lo contrario. Lo rodea un aire misterioso y macabro, casi como el mismo rey.

—Es un placer conocerle, caballero —declara para levantar su mano derecha hacia a mí.

He oído hablar sobre algo llamado «estrechar las manos», supongo que esto es a lo que se refieren.

No sabía que hacer por lo que simplemente la tomé con mis dos manos y la moví de arriba a abajo. El señor levantó sus cejas claras por la sorpresa y siguió mi movimiento regalándome una media sonrisa que correspondí con una más grande.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora