Capítulo. VIII

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Siglo XVII, 1697, 25 de junio
4 horas antes de medianoche.

—Su Majestad, le imploro que tenga piedad. —Su mirada detonaba miedo... terror—. A esa información no le puede quitar las riendas sin haberlas entrenado primero porque se pueden escapar —confiesa Eliezer, preocupado, desde la esquina.

—Comenzamos mal, Mavra —admite el rey antes de cerrar sus ojos unos segundos para pensar, en cuanto los abrió aquella mirada dorada y salvaje amenazó todo mi ser.

—Una disculpa por mis palabras tan informales, pero escupa aquello que tiene atorado en la garganta, puedo ver que está mordiendo su lengua en un intento de guardar todo —espeto segura, mientras los latidos de mi corazón se aceleran.

Esto no estaba dentro del trato, me querían consumir un sinfín de sentimientos pero no puedo dejarlo pasar, tengo que salvar a mi familia.

El rey miró a mi padre y este dirigió su mirada entristecida hacia mí.

—Mavra, esta información se va a convertir en una guerra interna para ti. No podemos soltarla de esta forma... solo eres una niña —replica Eliezer.

—Hágalo, puedo vivir con eso. Esta es mi decisión final: deseo saber la verdad.

—Ansel Mavra Domènech Fallon, ¿dónde está tu madre ahora? —me inquiere el rey, yendo al grano.

—Me abandonó al nacer.

El llanto de Aleyda resonaba por todo el salón, pero los susurros de los señores que se encontraban a mi lado izquierdo eran más ruidosos.

—Señora Saviñon, ¿sabe la razón por que la señora Elisabeth Fallon dejó a Mavra bajo su cargo? —le pregunta en voz alta mientras me observa a mí.

—No, su majestad, lo siento mucho —le responde entrecortando la frase a causa del llanto.

Aquel nombre resonó en mi cabeza, el nombre de la mujer que me dio a luz: Elisabeth.

—Solo me queda presentarte a tu padre; su nombre era Godofredo Domènech —el templo del rey tembló ante el poder de aquel nombre— y fue mi más fiel caballero y mi mano derecha en guerra. Aquel hombre podía atravesar el infierno sin quejarse si se lo ordenaba, era tan fiel como un perro. Tú, Mavra —me señala con su mano—, eres idéntica a él de pies a cabeza y tu inteligencia se la debes también. Fue el hombre más hábil sobre este reino y puedo llegar a describirlo como indestructible sin dudar, mi más grande caballero —habla admirando a ese hombre—. A pesar de todo lo que pasamos juntos se podría decir que teníamos una amistad —soltó, incrédulo de sus propias palabras—, pero todo lo bueno acaba. Cuando apenas estaba acomodando la corona sobre mi cabeza tuve que ir a cientos de guerras con tal de proteger a mi reino y en la última batalla lo perdí. Desapareció en el campo de guerra y por más que busqué su cuerpo nunca lo hallé, desenterré a más de cien mil hombres con tal de encontrarlo pero la suerte no estuvo de mi lado. Tú, Mavra, eres sin dudar la reencarnación de ese hombre.

Aleyda seguía llorando y Eliezer tenía una cara que nunca podría olvidar, Benedict estaba desparramado en su silla anonado por la cruda verdad. Pude sentir algo húmedo sobre mi mejilla pero seguía petrificada mirando al rey, una mano sobre mi hombro hizo que reaccionara. Miré al dueño de esta y mi profesor tenía la misma expresión que Eliezer, una brisa de tristeza se reflejaba en sus ojos. Mi corazón alentó el ritmo de sus latidos y un dolor en mi pecho me obligó a reaccionar.

—Disculpe —musité, las palabras salieron de mi boca sin advertirle a mi cabeza.

El rey ocultó su mirada con la palma de su mano mientras que la reina tomaba su antebrazo en señal de apoyo. Aunque no haya tenido relación alguna con esos parientes me duele, duelen en mi pecho aquellas palabras.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora