Capítulo. LXVII

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El inverno pasó, dándole espacio a la primavera para llegar a nosotras pacíficamente. El verano nos acechaba desde lejos y no le permití acercarse hasta ver florecer a todas y cada una de las flores de Dabria.

—Ha pasado un año desde mi llegada —espeto, meciéndonos lentamente sobre el columpio.

—Valió la pena la espera. —Me rodeó con sus brazos mientras yo sostenía las sogas para movernos, me regaló una mirada profunda que yo correspondí.

—Me gusta como me miras... Tus bellos ojos me hacen sentir especial.

—Porque eres especial para mí —me responde entre risitas.

Nos quedamos unos momentos así, contemplando la identidad de la otra silenciosamente. Deslizó sus dedos por mi cabello suelto, acercó su cara a mi rostro a la par de empujar mi cabeza hacia ella y plantó un tierno beso en mi mejilla.

—También me gustan tus besos —le comento risueña.

—En pocas palabras te gusto yo.

Me incliné hacia enfrente y en cuanto el columpio siguió mi movimiento tomé la cadera de Dabria y salté con ella en mis brazos. Gritó divertida, para reír después por mis ocurrencias. Caminamos entre los árboles y nos dirigimos al castillo, pero primero caminé de espaldas para poder despedirme del sombrío bosque del que salimos.

—Está bien —espeta Dabria, tomando mi mano con seguridad.

Asentí a sus palabras y me reincorporé.

—Ya no quiero tomar clases —dice quejosa mientras entramos al salón principal.

—¡Shh!, no digas nada —la siseo entre risas.

El maestro nos esperaba junto con la pequeña orquesta, cesé mis risas en cuanto me miró feo y nos dirigimos hacia él.

—Llegan tarde —sentencia áridamente.

—Lo sabemos —le responde Dabria en el mismo tono.

Le lancé una mirada junto con una mueca para que se callara y ella bufó risueña. Tengo mis encantos, la verdad.

—Practicaremos de nuevo todo lo que hemos visto y les agregaré unos pasos nuevos, ¿entendido? —Asentimos de mala gana y la clase comenzó.

La orquesta tocaba casi silenciosa, como si no quisiera interrumpir o intervenir frente a la voz de maestro, y cuando el señor se lo pedía su melodía deslumbraban en techo completo del salón. Los músicos se movían al son de los instrumentos aun cuando ellos son los que los están tocando... es como si el instrumento te sumergiera en su elegancia y te dominara.

—¡No, no, no! —exclama cuando nos equivocamos.

Y repetimos los pasos bajo sus aires tan estrictos.

—¡No! ¡Lo están haciendo todo mal!

Practicamos, repasamos y lo hicimos pero en ningún momento estuvo satisfecho con el resultado.

—¡No! —grita—. ¡¿Qué parte de que tiene que ser casi perfecto no pueden comprender?!

—¡No queremos hacerlo perfecto! —le replica Dabria en el mismo tono de voz—. ¡¿Usted no entiende lo que es bailar?!

Brincó en su lugar por la sorpresa al mismo tiempo que ella se separaba de mí repentinamente.

—¡Es conectarse con la música, con los bailarines, con los músicos, con el momento! ¡¡Bailar es hablar con el cuerpo y cuando tú hablas no tienes a un señor encima tuyo que dice que está todo mal!! —La miré perpleja, me mordí los labios para no sonreír de lo impresionada que estoy—. ¡Bailar también es una manera de relacionarse y es lo que estoy intentando con mi pareja de baile! —El maestro llevó su mano frente a su boca para ocultar también su sorpresa—. Así que si me disculpa voy a vivir el momento, a aprenderlo para ya no olvidarlo nunca más y ya no parar.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora