Capítulo. XXIV

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Después de mirarme con los ojos bien abiertos giraron sus cabezas para topar su mirada con el otro y salir corriendo hacia el siguiente pasillo. Corrí con cuidado tras ellos, utilizando mi talón como apoyo y el largo de mis piernas como impulso para ir mucho más lejos por cada paso.

—Pudieron dividirse allá atrás para dificultarme la caza de florecitas, bonitas —anuncio en voz alta.

De vez en cuando giraban sus cabezas para medir qué tan cerca me encontraba de ellos, cada vez que regresaban su vista al frente me aseguraba de avanzar aún más.

—¡No nos haga nada, por favor! —grita uno tembloroso y agitado.

—Pero si los extrañé demasiado —le contesto en voz alta.

—¡No! —grita el otro asustado.

Pasillo tras pasillo y yo ya me estaba cansando, correr de esta manera es más agotador. Los miré atenta y también pude deducir que ellos estaban cansados.

—Vengan conmigo, florecitas, las tengo que cortar para hacer un buen ramo —los amenazo en voz alta.

Al mismo tiempo giraron sus cabezas para verme, me acerqué mucho más a ellos y un jadeo se escapó de sus labios. Pude ver en sus ojos cómo estaban a punto de desatar sus piernas, pero justo al voltear hacia al frente se estrellaron con una pared del castillo. Mientras se tendían en el suelo yo casi termino chocando con el mismo muro por la viada que tenía, me reincorporé rápido para acercarme a ellos y pararme delante de sus cabezas.

—Ustedes no parecen ese tipo de personas que andan con la boca suelta —les señalo.

—No lo somos, caballero —declara uno doloroso, levantando la cabeza para mirarme.

—¿Fue el rey? —les inquirí.

Los dos asintieron y les tendí mis manos para ayudarlos a levantarse, ellos las tomaron sin dudar.

—Discúlpenos por favor, no hace mucho le explicamos al sirviente que venía con usted el porqué de nuestras acciones y sinceramente nos arrepentimos, pero fue una orden del rey que no podíamos negar —me explica apenado uno de ellos.

—Lo sé, sé cuál era su posición y la entiendo totalmente. No se preocupen, esto se queda como un malentendido —les digo, regalándoles una sonrisa—. Pero ¿están bien?, ¿no se lastimaron? —les pregunto preocupada.

Los dos se miraron entre sí y sonrieron tiernamente.

—Sí, caballero —expresa el otro en voz baja.

Una mancha roja hacía de su presencia notoria mientras pasaban los segundos en los rostros de los sirvientes, cada uno la tenía del lado contrario lo que lo hacía gracioso.

—Vamos a la enfermería, no creo que sea tan malo.

Asintieron a mis palabras y caminamos de regreso a las puertas del comedor.

—¿Ustedes se encargan solo de esa área? —les inquiero en voz alta porque van caminando detrás de mí.

—Sí, caballero.

—¿Son hermanos?

—Primos —me responde el otro.

—Me lo imaginé, viéndolos bien uno no duda que tienen la misma sangre corriendo por sus venas —admito entre risillas.

Caminamos y entre más avanzábamos me di cuenta de lo mucho que corrimos, sí fue una buena parte de todo el castillo. Escuché pasos más rápidos a mis espaldas y en el proceso de girar para ver quien era los dos sirvientes se pararon a mi lado para caminar al mismo son. Con sus piernas largas lograban deslizarse más lejos, yo no me podía quedar atrás así que caminé usando todo el largo de las mías. Avanzamos más rápido y para mi sorpresa ya nos encontrábamos en el mismo pasillo del comedor.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora