Capítulo. XXVIII

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Hice lo que me ordenó lo más rápido que pude, la comida no quería bajar hasta mi estómago y sentía un bulto atorado dentro de mí. Bebí varios vasos de agua para contrarrestar lo que sentía y poco a poco la incomodidad fue desapareciendo. El rey le dio una señal a los sirvientes que se encontraban estrictamente descansando en varios puntos estratégicos del comedor, por si requeríamos algo, para que se marcharan, y así lo hicieron sin cuestionarlo.

—Mi rey, puedo ordenar a los sirvientes a asistir a una reunión urgente en el salón principal —le comenta el mayordomo.

—No, es mucho movimiento y no quiero un escándalo. No pretendo alertar al ladrón —le replica.

Miré al mayordomo con ojos de no saber qué estaba pasando y el asintió sutilmente.

—¿No fuiste tú? —me pregunta el rey de forma gélida, alzando su vista para chocar con la mía.

—¿Sí, su majestad? —cuestiono en voz alta nerviosa.

—¿Tú robaste algo de mi pertenencia? —me inquiere serio, pero en sus ojos se reflejaba hasta el hades—. De nuevo.

—No, su majestad.

Me juzgó mil y un veces con su mirada dorada, dos soles asesinándome con su calor tan hipnotizante. Bajé la mirada pues los escalofríos no dejaban de recorrer todo mi ser, mi alma temblaba ante sus profundos ojos y ni hablar de cómo mi corazón estaba a punto de reventar.

—Ve y búscamelo, encuéntrame aquella pieza que a simple vista es decorativa pero que ha vivido más que tus miserables años de vida. Aquella pieza azulada que encontramos en las costas de Vreoneina, es tu primera tarea Domènech y si no la cumples a ti va a ser a la persona que voy a castigar —me ordena furioso.

Salí casi corriendo del comedor, sus gritos horrorosos hacia el mayordomo me hacían temblar a cada paso. Me alejé lo suficiente como para ya no saber qué dirección tomar hacia el comedor, respiré hondo y exhalé más tranquila. He de encontrar una pieza a simple vista decorativa, algo azul encontrado a las costas de aquí, probablemente hable de algún mar.

«¿Cómo un mar va a ser una pieza decorativa aquí?», pensé extrañada.

Intenté recordar algún detalle, tal vez se trata de un pedazo del trono, o de su invernadero. ¿Una piedrecita de su mesa redonda?, es muy probable.

Vagué por varios pasillos y cuando menos lo esperé me perdí, nerviosa busqué entre el camino alguna señal en la que basarme para ubicarme pero no había nada. Mesas lujosas con telas sobre ellas muy exóticas, con patrones bordados a mano, en algunas había animales y en otras personas laborando. Las mesas son delgadas y muy largas, tienen encima jarrones vacíos y jarrones cuidando florecitas. Me acerqué a ver uno y su ramo está formado por distintas especies; blancos, morados y rosados muy bien mezclados. Observé atenta el jarrón, unas gotas escurrían desde sus costados como si unas manos mojadas lo hubieran tomado; se ve muy fresco y las gotas son recientes.

Apoyé mis manos en mis rodillas para agacharme y verlas mejor, el jarrón es muy bonito pero mi corazón se contrajo tanto que su figura se quedó pintada en mi memoria por la eternidad.

—¿Qué haces? —me pregunta una voz chillona que he escuchado demasiado por hoy.

Me llevé mi mano al pecho, cerré los ojos y comencé a respirar profundamente para controlar mis latidos. Escuché a la pequeña dar unos pasos más cerca de mí, abrí los ojos y su melena dorada se encontraba frente a mi cadera. Di unos pasos hacia atrás, tambaleándome por la repentina imagen y exhalé en un suspiro corto.

—Me asustó hasta los huesos, princesa —le digo, observando cómo está en cuclillas.

—Ya lo vi, ¿qué haces por acá? —me inquiere reincorporándose, alisó su vestido lleno de encajes extravagantes y me miró al no responderle al instante.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora