Capítulo. LXI

1K 156 3
                                    

Siglo XVII, 1697, 29 de septiembre
10:32 A.M.

—¡Ay! —exclamo por el pellizco que me dio.

—Ya casi termino —me anuncia concentrado mi profesor.

Retiró los últimos puntos de mi nariz y limpió la zona para desinfectarla.

—No puedo creer que se hayan enfermado por estar solo diez minutos afuera —nos comenta, viéndonos a mí y a la princesa.

—Pero, peeero —intervengo con la razón—, al menos ya sabemos que tengo estómago de hierro —le digo orgullosa, palmeando mi abdomen.

—Sí, claro, y mañana amaneces con un hoyo en la panza —me replica molesto entre risitas.

—No me diga eso —le digo llorando falsamente—, yo sí le creo.

Dabria estornudó y a mí me dio un papel para limpiarme la nariz porque otra vez tenía los mocos hasta la barbilla.

—Tendrás estómago de hierro pero un resfriado a ustedes las mata —nos dice mientras revisa a Dabria.

Inspeccionó la nariz de la princesa y esta reaccionó con un tierno estornudo.

—Ay que bonita —le digo con una voz más aguda de lo normal.

Me sacó la lengua y mi profesor se rio, nos dio un jarabe a las dos que ingerimos a duras penas entre expresiones exageradas y ruidos de desagrado.

—Para mañana ya van a estar bien, los mocos que están secretando son más trasparentes —concluye despreocupado.

—Profesor, ¿le puedo pedir un gran favor? —le inquiero apenada antes de marcharnos.

—Claro, Mavra.

Miré a Dabria y ella entornó sus ojos sospechando de mí.

—Vete, vete —le digo con un movimiento de la mano.

—No, yo también quiero escuchar —me replica, cruzándose de brazos, indignada por lo que le acabo de decir.

—Dabria...

—Está bien, profesor —le digo antes de que la corra—. ¿Cree que pueda ir a ver a mi familia?, hoy cumple años mi hermano pero no quiero mandarle solo una carta.

—Sí puedes, te conseguiré un carruaje. —Me regaló una sonrisa y asintió—. Ve a cambiarte, tienes menos de veinte minutos... ¿Cuánto tiempo quieres estar allá? —agrega.

—Unas... No lo sé —le digo cabizbaja.

—¿Cuatro horas está bien?

Asentí con lágrimas en los ojos y lo abracé, correspondió mi abrazo entre risitas y me dio unas palmadas suaves en la cabeza.

—Ve a divertirte por mí, ¿sí?

Asentí contra su abdomen y me fui con la princesa, caminamos hacia el cuarto cuando se detuvo y me jaló del brazo.

—¿Qué pa... —Me sorprendió su rostro ruborizado, me acerqué a ella y puse una mano en su hombro.

—¿Puedo ir contigo? —interviene antes de que diga algo.

Parpadeé varias veces por la sorpresa de su pregunta y le di un abrazo con una sonrisa inmensa en mi rostro.

—Claro que puedes, Dabria, sería todo un honor para mí. —Restregó su cara en mi hombro y correspondió mi abrazo.

Este es uno de los pasos más importantes que vamos a dar, no podemos equivocarnos y nada puede salir mal, tenemos que mejorar.

—Vamos a cambiarnos, ¿quieres ir al área de servicio? Podemos pedirle a un sirviente que traiga vestidos para ti —le propongo, apretándola contra mí al pensar que ella está tomando la iniciativa.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora