—No sabes cuanto me alegra... saber que estás bien... Mavra. —Apretó más su agarre hacia mí, lleno de temor, como si en sus manos estuviera el peso de perderme si me soltaba.
Me aferré a su cuello y dejé que las últimas lágrimas se derramaran por mi rostro, él era necesario en mi día a día y ni hablar de cuanto me hace falta mi familia.
—Los extraño tanto...
—Nosotros también, mi pequeña... ¿Qué tanto te han hecho? —me inquiere preocupado, me alejó lentamente de su torso acalorado para examinarme de pies a cabeza.
Sus ojos se detuvieron en mis pies descalzos con vendas cubriendo mi planta y un suspiro salió de sus fosas nasales. Lágrimas rojas caían desde su pómulo abierto y manchas rosadas se pintaban lentamente sobre su piel. Un jadeo salió de mis labios y alcé mi mano para reposarla sobre su mejilla rojiza.
—Está bien... podemos arreglarlo —espeta recargando su rostro sobre mi mano suavemente, disfrutando el tacto cariñoso de nuestros seres.
Un quejido por parte de los caballeros detrás de nosotros nos sacó de nuestro trance hipnótico. Mi profesor giró su cabeza y resopló al examinarlos desde aquí.
—Ven, vamos a la enfermería y curémonos de una vez por todas.
Asentí a sus palabras y delicadamente me cargó entre sus brazos.
—No estoy lastimada, profesor, puedo caminar sin problema.
Negó con su cabeza y nos dirigimos a los soldados caídos.
—Levántense, acompáñenos a la enfermería —les ordena con una voz árida.
Nos encaminamos hacia el espacio de mi profesor, entre quejidos nos seguían y a veces se quejaban en voz alta entre ellos dos. Dimos la vuelta otra vez por el ala derecha del castillo para no tener que subir las escaleras del salón principal, al escuchar un silencio asomé la cabeza por arriba de su hombro para verlos y debo de confesar que en mi vida me quiero enfrentar al profesor.
Los cascos están deformados, uno de ellos tenía el peto doblado hacia adentro y el otro ya casi no tenía hombreras. Miré los puños ensangrentados de mi profesor y pude deducir que cada hendidura era uno de sus puños, hasta puedo ver que en una parte de su armadura tiene unos nudillos bien marcados. Tragué saliva invisible y temblé.
A paso rápido llegamos a la enfermería, les pidió a los soldados sentarse sobre la camilla y a mí en la silla. De un lado a otro sacaba y acomodaba utensilios junto con frascos transparentes llenos de sustancias desconocidas. Se paró frente a uno de los soldados y me llamó.
—Mira cómo él tiene una apertura en su ceja, lo primero que se tiene que hacer con este tipo de heridas es ahogarlas en alcohol para que no se infecte. —Puso su dedo meñique sobre su párpado para impedir que el líquido caiga sobre su ojo y lentamente derramó sobre su piel abierta el alcohol limpio.
Un quejido salió de su boca y apretó los dientes para no hacerlo más escandaloso, enterró sus uñas en las palmas de sus manos y aguantó el dolor.
—¿Por qué usa alcohol? —le inquiero curiosa al ver como sufre el hombre.
—Porque es un antiséptico, lo han usado al menos desde 1363 y es muy efectivo —me responde concentrado.
—Entiendo.
Alzó de nuevo su mano hacia el rostro del soldado y ahora tenía una aguja curva con un hilo enganchado en ella. Su precisión es irreal; enterraba la aguja para sacarla justo en medio de la herida abierta y la volvía encajar para ir por el otro lado, y una vez teniendo los dos lados atravesados por el hilo siguió cociendo lo largo de la herida. El soldado apretaba los ojos para tragarse el dolor y no quejarse más de lo que ya lo está haciendo, he de decir que sí se ve muy doloroso.
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El Caballero de la Reina I [La Infancia]
Historical FictionMavra es una pueblerina que vive en la capital de la nación Vreoneina, Cos d'or, el cementerio de los más valiosos minerales y piedras preciosas. Con un pasado confuso vive bajo el manto de aquellas personas que considera su familia, aquella que se...