Capítulo. LXIX

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Siglo XVIII, 1701, 7 de julio
11:11 P.M.

—Eres mi jardín secreto favorito.

—Princesa...

Tomé su mano suavemente, besando su dorso para llenarme de valentía y poder hablar.

—¿Sí? —me pregunta, girando su cabeza para verme a los ojos.

El viento meció las flores a nuestros costados, haciendo de esta noche cálida y reconfortante. Tomé la flor más cercana y la puse en su cabello.

«Princesa... A tus pies estaré y mi espada fiel será al trono, pero tienes que alejarte de mí ya que nuestra melodía es algo imposible ante sus ojos», pensé con mi pecho adolorido.

—Eres mi estrella favorita —espeto después de un silencio.

Sonrió, mostrándome una sonrisa completamente nueva, una cara diferente y unos sentimientos completamente desconocidos para mí.

Giré mi cabeza hacia el cielo y contemplé una nebulosa solitaria.

—¿Sabes? Mientras a la luna le hablaba de ti al sol le pedía consejos para hacerte reír.

—Yo a las constelaciones les confesé lo que siento por ti —me responde suavemente.

Volteé mi cabeza para el lado contrario de donde está ella porque aunque es de noche sé que podrá notar el cambio de temperatura de mi cara y de color en esta.

—¡Mira, un meteorito!

Alcé la vista y una estrella fugaz pasó delante de nosotras.

—Pide un deseo —le digo risueña—. Trae buena suerte.

Observé cómo apretaba sus párpados, pensando seriamente en su deseo, y me reí por ello.

—¿Qué pediste? —le inquiero, acariciando unas flores a mi alcance.

—Es un secreto.

Sonreí por su respuesta y admiré su campo desde el suelo, observando el punto de vista que tienen los insectos que pasan por aquí del bosque colorido que plantó con sus manos.

—Me gusta mucho tu campo —le digo mientras miro al cielo nocturno—, si tuviera una casa tendría uno en mi patio, pero las cosas como las flores no son lo mío... —Giré mi cabeza para verla, mirándola a los ojos para que pudiera capturar mi mensaje.

—¿Te ayudo con eso? —me pregunta risueña.

—Sería todo un honor. —Besé de nuevo el dorso de su mano, dejando que el dolor y mis pensamientos me consuman en esta noche estrellada.

Después de un rato Dabria se durmió, debe de estar muy cansada por todo lo qué pasó el día de hoy. Me puse de pie a su lado y sentí como algo se escurría de mi cuello, agaché la vista y antes de que impactará el suelo agarré el amuleto con mi mano. Mis buenos reflejos se los debo al general de brigada.

—Pero si son nuevas las correas —pienso en voz alta, observando el collar.

Lo metí en el bolsillo de mi pantalón y cargué a Dabria como pude, puede que esta mañana haya podido pero ahora no hay ni una pizca de adrenalina en mi cuerpo.

Entré al castillo y fui directamente al cuarto que alguna vez me perteneció a mí y a los tres hombres que me apoyaron cuando llegué aquí. Prendí una vela pequeña al lado del buró y examiné el amuleto, las trenzas de cuero se rompieron y por suerte logré atraparlo antes de que tocara el suelo. No puedo pensar que hubiera pasado si la piedra se hubiera rotó.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora