Capítulo. LXII

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Siglo XVII, 1697, 1 de octubre
12:58 P.M.

—No, padre, no quiero —le replica la princesa asustada.

Suspiré y miré al guardia de la entrada que estaba sereno, ¿cómo puede guardar tanta calma con semejante conversación del otro lado?

Es la primera vez que vengo a la oficina del rey y la última.

—Dabria, es su deber como caballero del Sacro Imperio Romano Germánico —le contesta molesto.

Llevan discutiendo un rato por mí, mientras el rey quiere retomar el torneo Dabria se niega a que yo participe. El rey me presento ante ella como caballero de otra parte para que no dudara sobre mi identidad, según él, y por ello la discusión.

—Lo estoy haciendo por ti, hija... No sé qué tipo de relación tengas con el joven pero no puedes impedir que compita.

—Él me salvó, de alguna forma tengo que pagárselo —le responde con la voz temblorosa.

—No llores, Dabria —le ordena áridamente.

—Entonces decide, prefieres anular tu torneo tan aclamado o llevarlo a cabo con un caballero menos.

El silencio después de su respuesta hizo que me estremeciera en mi lugar, esto sobrepasaba lo incómodo que puede llegar a ser una conversación.

—Bien, no participará pero nunca te voy a asegurar nada que esté relacionado con él ¿entendido? —Detrás de sus palabras hay algo más y eso me inquieta.

Las puertas se abrieron y yo brinqué del susto, Dabria salió tambaleante y yo reaccioné con ayudarle a no caer.

—Joven —me llama una voz poderosa—, tengo que hablar con usted.

Miré al rey y después a la princesa más pálida de lo normal, no puedo dejarla en este estado tan deplorable.

—Su majestad, la princesa no se encuentra bien, permítame llevarla con el doctor Salvatore —le pido preocupada.

Apretó su mandíbula y me dio la espalda, se cerraron las puertas y yo suspiré con alivio.

Su semblante serio e indiferente no es suficientemente poderoso para ocultar aquel sentimiento lleno de preocupación como su padre, sus ojos me dijeron tantas cosas que el rey de Vreoneina nunca sería capaz de siquiera pensar.

—Vamos, Dabria, tenemos que ir con tu tío —le digo en voz baja.

***

—Un choque emocional —me dice otra vez, mientras los dos vemos a la princesa dormir sobre la camilla—, pero fue por algo más porque la última vez fue un detonante muy serio.

—Fue el rey —le respondo entristecida—, discutieron por el torneo.

—Sí... Lo imaginé.

Los dos nos quedamos en silencio, observando a nuestra preocupación más grande. Mi profesor me dio unas palmadas en la espalda para destensarme y yo me entregué, arregló varias cosas en su mueble y yo me senté cerca del rostro de la princesa.

Mientras el profesor se distraía me acerqué más a su rostro, hasta sentir su respiración en mi nariz, y me alejé en cuanto vi por el rabillo del ojo que se movió de su lugar. Me apoyé sobre la camilla y suspiré.

«¿Qué tipo de duelo estás viviendo?», pensé. Si el mío es complicado no quiero imaginar el de ella.

El profesor siguió haciendo sus cosas mientras que el rostro de la princesa me hipnotizaba, sus pestañas rubias largas, sus mejillas infladas, su piel suave y sus labios carnosos. Estos últimos me cautivaron, haciéndome perder la vista en sus surcos perfectos y curvas definidas.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora