Capítulo. IX

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Advertencia de contenido no apto para todo público.

Justo frente a la puerta de la enfermería el mayordomo y yo podíamos lograr escuchar las maldiciones del doctor. El señor tocó la puerta tres veces con sus nudillos y un silencio sepulcral invadió el espacio donde nos encontrábamos.

—Entren —manda una voz ronca y siniestra desde el interior.

El mayordomo abrió la puerta delicadamente para encontrar a mi profesor dando vueltas por el lugar como si de un animal encerrado se tratase.

—Mi señor, Ansel está aquí porque requiere de su servicio. ¿Puede atenderla? O prefiere tranquilizarse primero —le pregunta sereno.

—Que pase, necesito que se siente en la camilla —le responde inhóspito.

El mayordomo en un movimiento abrió la puerta de par en par, se dirigió hacia mí y me llevó dentro del cuarto.

—¿Requiere de mi ayuda, señorita? —me inquiere al ver la altura de la camilla.

—No, muchas gracias.

Me dejó paralela a ella, me acomodé por mi lado derecho y utilicé el mismo brazo para apoyarme y así subir, los niveles no eran muy diferentes por lo que no tuve mucho problema en sentarme. Mi mano izquierda dolía demasiado, como si mil agujas la estuvieran atravesando lentamente, mis pies ya no los sentía y me preocupaba un poco.

—¿Puede salir, mayordomo? Necesito hablar con ella —espeta el doctor más tranquilo y un tanto apagado.

—Claro, mi señor. —Asintió de forma sabia, apuesto a que su experiencia le dijo si era correcto y un buen momento para solucionar lo que está pasando—. Si me disculpan —dicho eso se retiró.

Mi profesor dirigió toda su atención al mueble lleno de medicamentos, tomándolos y leyendo sus etiquetas delicadamente.

—Es la palma de tu mano y las plantas de tus pies, ¿cierto? —me pregunta, sin mirarme.

—Sí, señor.

Dio tres pasos en mi dirección y se arrodilló frente a mí para sanar mis pies de una vez por todas.

—No pienso juzgarte, eres libre de elegir lo que sea. Entiendo tu punto de vista a la perfección y ese no es el problema, lo único malo aquí es el tipo de servicio que vas a brindar. El rey puede ser tan bueno y hermoso como una flor abriéndose en primavera, pero también puede ser más oscuro y malvado que la sombra a tus espaldas. Te apoyo, Mavra, pero tu elección fue muy apresurada —suelta entristecido.

—Está bien profesor, es mi acuerdo con el rey y estoy más que feliz. Mi familia va a estar en un lugar mejor y no les va a hacer falta nada nunca más —expreso con alivio.

—Mavra, no es simplemente cuidar de Dabria, estamos hablando de protegerla y poner tu vida primero si es que hay un peligro. ¿Sabes qué significa? —insiste.

—Lo sé.

—¡No, no lo sabes! No sabes qué es el dolor, la muerte o el terror hasta que los sientas realmente. No sabes nada de eso, Mavra, ¡aún eres muy pequeña! Jamás pienso atenderte cuando estés colgando de un hilo para perder la vida —escupe desesperado y asustado.

El Caballero de la Reina I [La Infancia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora