Las miradas de Onelee y Siena se cruzaron fugazmente. La nodriza corrió hasta la princesa custodiada por el duque y su fiel guardia. Ella se deshizo del brazo de Din-Lebdub para recorrer los pasos que la alejaban de la anciana.
—Ruego que disculpen a su alteza, no se encuentra muy bien. La acompañaré a sus aposentos. Din-Lebdub ¿puedes comunicárselo al rey y acudir a escoltarnos? —explicó la nodriza.
Siena la tomó del brazo antes de salir de allí apresuradamente sin ninguna explicación más, ante la confusión de la misma princesa y los dos hombres que la acompañaban. Mientras avanzaba hacia la salida sus ojos se cruzaron con los de Redandcrow que la observaron con malicia e inmediatamente desaparecieron de la sala.
—¿Qué acaba de pasar, Onelee? —preguntó.
La anciana la agarró más fuerte del brazo. El guardia las seguía mirando con recelo cómo cuchicheaban entre ellas mientras se dirigían todo lo deprisa que podían hacia los aposentos de la joven.
—Calla, niña. Debemos llegar a tu habitación.
Sin cruzar una palabra más llegaron ante las puertas de la habitación de la princesa. Din-Lebdub las observó una vez más con la curiosidad de alguien que sabe que algo se le está escapando. Pero las vio pasar, cerrándole la puerta en las narices sin darle opción a una explicación. Cuando estuvieron dentro, la nodriza cerró con llave y comenzó a desvestir a la princesa con tranquilidad, tomándose su tiempo para hacerlo con todo el cariño que le ponía siempre a todo.
—Tenía la esperanza de que esto no llegara a pasar nunca, mi niña. Es muy peligroso.
Siena miraba hacia un lado y otro sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo, ni qué era lo que tenía tan preocupada a la nodriza. Cada minuto que pasaba, la sensación de vértigo que sentía se iba acrecentando, logrando paralizarla por completo. Pero entonces la parálisis cesó de repente tras recordar todos esos cristales cayendo sobre los asistentes a su fiesta. Se había paseado entre esa gente petrificada. Estaba segura de que no había sido ningún sueño, ni ningún producto de su imaginación.
—Onelee, detente. Cuéntame qué es lo que está pasando. ¡Han asaltado el castillo! Lo has visto, y nadie más se ha dado cuenta. Y luego todo estaba bien. ¡Debemos avisar a mi padre! Que cancelen la fiesta. Debemos ponernos a salvo —iba diciendo la princesa, poniéndose más nerviosa con cada palabra que decía.
Onelee se detuvo frente a ella. Le puso las manos en los hombros, intentando tranquilizarla. El tacto de la anciana era un calmante para la princesa. Siempre que se sentía perdida estaba Onelee que conseguía sosegar la marea de sentimientos que la azotaban.
—Niña, ya lo he arreglado. Pero Carena ya no es un lugar seguro para ti. No debes hablar de esto con nadie. No debes contarles lo que has visto o vendrán a por ti.
La princesa la miraba con el ceño fruncido intentando encontrar una explicación para todo aquello. Pero ninguna le encajaba bien en aquel puzle. Cada vez que intentaba despejar una incógnita aparecían diez más.
—¿Quiénes? —casi gritó la princesa.
Onelee le hizo un gesto para que se sentara en la cama, después de quitarle el vestido y tenderle su pijama de satén color rosa palo. Ambas se sentaron, entonces Onelee comenzó a deshacerle el peinado mientras le hablaba.
—Posees un don, niña. Es un poder, llamado magia. Pero no es una magia normal. Es muy poderosa. Los que la poseen se llaman Efímeros, porque pueden viajar en el tiempo. Y eso es lo que tú has hecho esta noche.
Siena la miró con los ojos bien abiertos sin dar crédito a lo que le estaba contando su nodriza. Magia... Eso era demasiado hasta para ella.
—¿Qué? ¿Cómo sabes todo esto, Onelee? Eres la única que se ha dado cuenta en toda la sala.
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Sombras del tiempo
Fantasy«Tres historias. Dos mundos. Una guerra. Un solo vencedor.» En Carena, un mundo gemelo a la Tierra creado por diosas para corregir los errores de la humanidad, la paz se ve amenazada por una guerra sin precedentes. Siena, una joven princesa atrapada...