Capítulo 20

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La velocidad de su viaje era cada vez menor. Tavey intentó concentrarse todo lo que pudo para llevarlos hasta el espejo por el que habían entrado. Pero sin la ayuda de Siena no lo hubieran conseguido. Con un salto atravesaron el espejo, donde Maximus y Phoebe los esperaban. Tavey soltó un aullido de alivio. En ese instante las manecillas del reloj volvieron a girar en la Tierra.

—¡Pensaba que no lo conseguiríamos! —exclamó Tavey.

Todos se fundieron en un abrazo entre risas, movidos por la euforia del momento. Entonces se separaron y se miraron entre ellos conscientes de lo que podía haber pasado. Además, Tavey no estaba muy seguro de que aquellas criaturas no pudieran reabrir el portal y llegar hasta ellos. Si eso ocurriera todo estaría perdido.

—¿Qué eran esas cosas? —preguntó Phoebe.

Tavey abrió la boca para contestar, pero no fue su voz la que se escuchó. Detrás de ellos aparecieron McKinley y Nequiel con el rostro contrariado. Todos dieron un paso atrás asustados por la irrupción.

—Eran criaturas salidas del infierno. Son los aliados de Yemons. ¡Por el amor de Riska! ¿En qué estabais pensando? —empezó McKinley—. ¡Yemons no es tonto! Ha instalado un dispositivo para controlar quién entra y sale de Carena. Habéis puesto en juego toda nuestra misión.

Agacharon la cabeza avergonzados mientras McKinley les chillaba. Nequiel se encontraba tras él con los brazos cruzados, asintiendo con cada palabra que decía.

—Sebito, creo que has sido un poco imprudente —apuntó dirigiéndose a Maximus.

Entonces Siena dio un paso al frente, rebelándose contra todo lo que les decían. No se iba a quedar callada.

—Está bien, lo hemos hecho mal. No teníamos que haberlo hecho a escondidas. Pero tenemos una pista —dijo girándose a Tavey.

Inmediatamente el chico recobró la compostura. Alzó la cabeza y dio un paso al frente para reunirse con Siena y apoyarla.

—Es verdad, McKinley. Siena fue a hablar con las diosas y no quisieron atenderla, pero...

McKinley se echó a reír. Siena y sus compañeros se miraron sin comprender qué era lo que hacía tanta gracia. Habían infringido las normas, pero ahora tenían una pista.

—¿Qué pretendíais? ¿De verdad habéis creído por algún momento que las diosas nos ayudarían? Estáis muy equivocados y...

—¡Pues nos han ayudado! —gritó Siena harta de la actitud de McKinley.

Phoebe aprovechó la tensión para escabullirse por un lateral, pero Nequiel la detuvo cogiéndola del brazo.

—Creo que esto ya no va conmigo, mejor me voy de aquí —dijo ella.

—Tú no vas a ninguna parte, señorita —la cortó él.

Phoebe volvió a su sitio junto a Maximus. Mientras Siena y McKinley se miraban desafiantes. Una batalla que la princesa estaba destinada a perder.

—Nos han dado una pista —dijo ella finalmente.

—Dos mil dos —terminó Tavey.

McKinley y Nequiel se miraron asombrados. Los chicos suspiraron un poco más aliviados.

—Está bien. Lo comunicaré ahora mismo y nos pondremos en marcha. En cuanto a vosotros, vais a estar encerrados para que esto no vuelva a ocurrir. Nequiel por favor acompáñalos —detuvo a Tavey y a Siena para que ellos no se fueran—. ¿Os habéis asegurado de cerrar bien el portal?

Tavey se encogió de hombros. No estaba seguro. Creía que sí, pero no podía saberlo a ciencia cierta. No eran tan poderosos para poder haberlo hecho, o al menos eso pensaba.

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora