Capítulo 29

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El corazón le latía con tanta fuerza que parecía que se le iba a salir del pecho. No se escuchaba nada más que el eco de sus pasos mientras atravesaba aquel infinito pasillo. La humedad llenaba sus pulmones con cada respiración. Los músculos le dolían. Tenía que avanzar más rápido. El destino de todo cuanto había conocido dependía de llegar hasta el final del corredor. Alcanzar la puerta.

Entonces lo vio. El pasillo se iluminó de repente, permitiéndole ver el entorno que la rodeaba. Cuando estuvo más cerca, fue consciente de quién sostenía aquella linterna, lo que le trajo un amargo recuerdo del día que dejó Carena. Sus pasos, cada vez más urgentes, se acercaban al final de todo. O al principio. Más segura de sí misma de lo que nunca había estado, consiguió llegar hasta la puerta. Cruzó una mirada con su compañero, no había tiempo que perder. Pegó su cuerpo a la madera para hacer presión y colocó sus manos sobre el picaporte. Respiró profundamente mientras comenzaba a girar el pomo de la puerta, pero a pesar de que estaba empujando con todo el peso de su cuerpo, no se abrió.

—No se abre —susurró preocupada.

Su compañero le indicó que se hiciera a un lado para probarlo él, sin éxito. No podían echar la puerta abajo sin más, ya que no podían hacer ruido.

—Creo que está sellada con magia —murmuró él.

Siena se llevó las manos a la cabeza al escuchar esas palabras.

—¿Qué hacemos? —dijo con un tinte de desesperación en la voz.

Tavey se encogió de hombros, hizo un gesto con la mano de la que brotó un espectro de luz azul y la depositó en la puerta.

—Combatirlo con magia —contestó.

La princesa lo miró extrañada mientras la puerta reaccionaba al tacto de la mano de su compañero envolviéndose en un halo azul, para luego desaparecer en una explosión silenciosa.

—¿Podemos hacer eso? —Susurró extrañada.

—Hay muchas cosas que podemos hacer.

El chico le indicó a Siena que probara otra vez a abrir la puerta. Entonces lo intentó de nuevo, y esta vez cedió. Miró a Tavey con una sonrisa de sorpresa. Iba a darle un abrazo, pero decidió que eso sería mejor cuando terminaran lo que habían ido a hacer y estuvieran a salvo.

Detrás de la puerta había unas escaleras que la ocultaban. Se adentraron en la habitación que había más allá. Era una pequeña sala circular, que se encontraba bajo una cúpula de cristal que les permitía ver el cielo nocturno, hacia la que se alzaban cuatro grandes columnas. En el centro de la sala había una pila de piedra con un líquido viscoso en su interior.

A Siena le dio un vuelco el corazón cuando vio la escena que le aguardaba en aquel lugar. Un hombre esbelto, con el pelo negro impecable peinado hacia atrás y una larguísima larga barba también oscura como la noche. Tenía una nariz retorcida y puntiaguda, además de unos gélidos ojos azules que enmarcados en unas enormes ojeras moradas le hizo creer que estaba ante la misma presencia de la muerte. Le llamó la atención que tenía un lunar dentro del ojo derecho, como si la oscuridad se estuviera apoderando de él. Antes de tomar otra bocanada de aire ya sabía ante quién estaba; el demonio.

Pero aún la sorprendió más cuando la vio junto a él, suspendida en el aire mientras un halo verde la envolvía. Se quedó inmóvil sin saber qué estaba viendo. Era como mirarse al espejo. Aquella joven era exactamente igual que ella.

No tuvo mucho tiempo para apreciar las similitudes que tenía con aquella desconocida, pues aquella criatura salida del infierno advirtió su presencia y comenzó a avanzar hacia ellos.

—Vaya, mira quién está aquí —dijo con una voz grave que parecía venir de la ultratumba—. No esperaba tener otra reunión familiar hoy, querida.

—Esto no es ninguna reunión familiar —contestó con un hilo de voz.

Siena cruzó una mirada con Tavey, que comenzó lentamente a avanzar hacia un lado de la sala, rodeándola de forma contraria a la que lo hacía el demonio. El hombre comenzó a soltar una carcajada, mientras seguía con las manos alzadas, lanzando aquellos rayos verdes hacia la chica.

—Entonces, ¿has venido aquí a morir? ¿O vas a unirte a mí? —dijo arqueando una ceja.

—Jamás me uniría a ti. Eres el caos, has hecho innecesariamente sufrir a todo tu pueblo. No sé cómo puedes vivir con ello.

El demonio volvió a soltar una carcajada, mientras seguía aproximándose a pasos lentos a su víctima. Tavey estaba alcanzando ya el extremo contrario de la sala, sin que se hubiera dado cuenta.

—¿Acaso el caos es algo malo, querida? Eso es una opinión. Tú también eres caótica. ¿Me equivoco? —preguntó con picaresca—. Tampoco es justo lo que hicieron las diosas. Creando un paraíso y un infierno. Yo solo pretendo igualarlo, y ser yo el dios que merece mi pueblo.

—Nadie puede ser feliz siempre. Pero podemos hacer un mundo mejor con buenas acciones. No es lo que tú estás promoviendo.

—¡Yo estoy promoviendo la justicia! —gritó perdiendo los nervios.

Su mirada la fulminó, Siena no podía respirar de repente. Se creía víctima de algún embrujo, se llevó las manos a la garganta al sentir la falta de aire.

—Basta de cháchara —dijo Yemons de Blodewaud.

En ese momento, con un movimiento rápido y brusco dirigió sus manos hacia la princesa. Los haces de luz verdes salieron disparados hacia ella. Antes de que la alcanzaran, ella también dirigió sus brazos hacia aquella criatura diabólica en un intento de detenerlo. De sus manos brotaron unos haces de luz azul mientras notaba un cosquilleo eléctrico recorrer desde la punta de sus dedos hasta la última célula de su ser. En ese momento, Tavey también alzó sus manos hacia Yemons. Casi le alcanzó con los rayos rojizos que emitían, pero entonces el ser venido de entre los muertos, dirigió una de sus manos hacia él.

La chica seguía suspendida en el aire, envuelta en una tormenta de destellos verdes, inconsciente mientras la magia que poseía se iba extinguiendo, haciendo al demonio más y más fuerte.

Siena y Tavey resistían la fuerza eléctrica que les dirigía con toda la energía que poseían. Aquello no podría durar mucho. La chica moriría si Yemons seguía absorbiendo su poder. Debían hacer algo, tomar una decisión. A pesar de todo, lejos de sentirse extenuada, Siena cada vez tenía más fuerza, que sacaba de la rabia y el dolor de todo lo que había perdido. No tenía ninguna duda de que esa noche sería el final. Se aseguraría de que aquel ser se desintegrara entre las sombras. 

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora