Capítulo 13

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El aparato se detiene después de un rato que a Maximus se le antoja una eternidad. A través de las ventanas vislumbra un paisaje oscuro, lleno de vegetación, aunque desierto. Está nervioso y eso le hace sudar. Valentina se pone en pie, inmediatamente Maximus la sigue. Pasa cerca de él, empujándolo para que se aparte. Nequiel los mira y sonríe como si hubiera visto algo gracioso.

—Necesitarás esto —dice Valentina a la espalda de Maximus.

El joven se gira para verla con una máquina parecida a la que supuso la muerte de Abadie Winslow a manos de Jonás Clayton, el vicesecretario de La Élite. Esta es más grande: da más miedo. Maximus comienza a negar repetidamente con la cabeza. Traga saliva cuando su corazón empieza a latir con tanta fuerza que parece que se le va a salir del pecho.

Me opongo a tocar eso, a llevarlo encima. No quiero matar a nadie y menos a mí.

—No pienso llevar eso encima —dice con la voz temblorosa.

Nequiel le pone su manaza en el hombro al tiempo que se ríe sarcásticamente.

Aquí poco importa lo que yo quiera y ya lo he podido comprobar varias veces. En mi mundo lo único que importa es la supervivencia y para obtenerla hay que pisar cabezas, aunque me duela.

—Oh, claro que lo harás, Sebito —dice su mentor.

Valentina sonríe arrogantemente mientras deposita el arma entre las manos del joven aprendiz. Como respuesta la aleja todo lo posible de su cuerpo, cogiéndola como si sus manos fueran pinzas. Huele a muerte. Hace una mueca provocando que Valentina alce las cejas.

—Se llama metralleta. No come. No muerde —dice.

De debajo de unos asientos saca otra que se cuelga en el hombro con la correa que lleva. Maximus hace lo propio, aunque no le proporciona seguridad.

—No es un gusto conocerte —le susurra dándole unos golpecillos en la parte trasera. Dirigiéndose a Valentina añade—: Sí mata.

Se encoge de hombros cuando le da la espalda. Nequiel se interpone entre los dos cuando ella dice:

—Puedes verlo como quieras, pero después de que te salve la vida la querrás tener muy cerca.

Nequiel presiona un botón de la pared y la puerta se abre.

—Basta de cháchara. Al lío. Seguidme.

Con un salto sale de esta maravillosa máquina que Maximus ha descubierto esta misma noche. En estos días está aprendiendo más cosas que en toda su vida. Valentina se acerca a la compuerta, indicándole con la cabeza que vaya delante de ella.

—Tú primero, Sebito.

Pronuncia el apodo que le ha puesto su mentor con un tono de burla que no le gusta nada y le hace enrojecer de rabia. Aprieta los dientes, acercándose a la obertura y salta sin pensar. El suelo no se encuentra muy lejos así que sus pies enseguida encuentran la hierba cuyo olor lo inunda todo.

Nequiel está a unos pasos de él. Maximus avanza hacia su mentor con todo el sigilo que es capaz, pero es torpe y no consigue ser todo lo silencioso que debería. Nequiel se gira, permitiendo al joven observar incluso en la oscuridad su expresión de exasperación.

—Si sigues haciendo tanto ruido esta noche será la última vez que veas el cielo desde aquí abajo, amigo mío —susurra.

En ese mismo instante Valentina se une al grupo. Ella sí que no hace ningún ruido al desplazarse por el prado. Maximus está desubicado. No sabe dónde están, pues no sabía ni siquiera que la ciudad fuese tan grande. Cuando va a aventurarse a preguntar Nequiel echa a andar. Se detiene donde comienza la primera línea de árboles. Alarga la mano y de repente su brazo desaparece. Maximus se queda mirándolo perplejo sin entender nada. Acto seguido da un paso adelante y todo su cuerpo desaparece.

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora