Después de varios días aquella noche por fin la venció el sueño. La instalaron en una pequeña cabaña cercana al lugar de reunión junto al fuego. Aquella estancia no era nada a lo que estuviera acostumbrada, pero no le importó. Lo único que quería era ayudar. Había tenido suerte y no tenía que compartir habitación con nadie, ese fue el privilegio que le dieron por ser la princesa de Naenia. Aunque echó de menos algo tan sencillo como darse un baño, detalles que en su situación le parecían todo un lujo.
Aquella noche había agradecido la soledad. Se sentía culpable por haber acusado a su nodriza ante su padre. Ella había tratado de salvarla. La quería alejar de los Efímeros porque sabía que si esa información llegaba a oídos de su abuelo no hubieran tenido ninguna opción. Ella siempre había tratado de protegerla. Pero, aun así, no le cabía ninguna duda de que era alguna clase de bruja.
Sin embargo, aquella noche la nostalgia inundó su pecho casi ahogándola. Recordó su mundo y todo lo que estaban perdiendo. Las ciudades que había visitado y de las que se había enamorado irremediablemente. Cada parte de Carena se había arraigado en ella. Le hubiera gustado recorrer cada lugar, empaparse de sus tradiciones, relacionarse con sus gentes hasta el último día de su vida. Pero todo le había sido arrebatado.
Sucumbió a la oscuridad de donde surgen los sueños con el susurro del recuerdo de su primer viaje a la ciudad de Lith. Una ciudad completamente entregada a la música, con unos colores marrones que se camuflaban con el paisaje de fondo. Esos edificios circulares de techos abovedados, que se unían entre sí con arcos que eran en realidad puentes. Conformaban así una ciudad laberíntica, en la que resonaba por cualquier callejón o gran avenida, la música que todos sus habitantes creaban y disfrutaban.
Aquella noche, volvió a estar allí, y la música retumbaba en su mente sin cesar.
Por la mañana, con la historia de la noche anterior aún rondando por la cabeza salió de su cabaña. Se topó casi por sorpresa con aquel chico que no dejaba de mirarla el día anterior. Se chocaron levemente provocando que ambos se giraran para observarse. El chico se puso muy nervioso. Siena soltó una risita, mientras él intentaba encontrar las palabras adecuadas para disculparse por su torpeza.
—No te preocupes. Ha sido sin querer —le tendió la mano sonriendo—. Soy Siena, ¿y tú, eres?
Maximus cogió la mano de la princesa y se la estrechó sin mucho entusiasmo. Inmediatamente la soltó, se restregó las manos sudorosas por las piernas, pero se dio cuenta de que quizás podía dar la impresión de que le había dado asco tocarla. El rubor se extendía por sus mejillas hasta que su cara fue por completo rojiza.
—P-pe-perdone, señora. Digo señorita. Digo alteza. S-soy Maximus Brook. Encantado de conocerla, alteza.
El chico trató de hacerle una reverencia que resultó muy torpe. Con todo aquel comportamiento logró hacer que Siena soltara una gran carcajada. Le pareció adorable.
—Encantada Maximus. No hace falta que me trates así. Podemos ser amigos, si así te lo parece.
Maximus respiró hondo, trató de encontrar la calma para tranquilizarse y no parecer idiota.
—Claro. Nunca he tenido una...—se arrepintió mientras decía las palabras, pero decidió terminarlas en un susurro— amiga.
Siena le puso una mano en el hombro con cariño al tiempo que le sonreía con dulzura.
—Jamás he tenido amigos, Maximus. La única persona con la que me he relacionado durante años ha sido con mi nodriza de no-sé-cuántos-años.
Ambos se rieron de alivio. Parecía que tenían muchas cosas en común. Siena pensó en aquel mito de que en la Tierra había una persona idéntica a las personas que existían en Carena. Pero quizás ese mito se refiriera a un alma gemela de corazón, no de aspecto.
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Sombras del tiempo
Fantasy«Tres historias. Dos mundos. Una guerra. Un solo vencedor.» En Carena, un mundo gemelo a la Tierra creado por diosas para corregir los errores de la humanidad, la paz se ve amenazada por una guerra sin precedentes. Siena, una joven princesa atrapada...