Capítulo 4

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Pasaron varios días y Eileen seguía sin ser atacada. El rey había desplazado varias tropas a algunas ciudades estratégicas para conseguir restablecer la situación y detener la masacre. Aunque se habían seguido produciendo ataques al norte de Naenia, con suerte habían conseguido contener la situación, pero no sabían cuánto tiempo duraría aquello. El hermano más pequeño del rey, Redandcrow de Blodewaud, se había aliado con él al ver lo que estaba ocurriendo por todo el mundo. Estaba tan horrorizado como el rey, además de arrepentido por haber apoyado a sus otros tres hermanos.

En cuanto al ataque a la fortaleza de Thromen, el rey descubrió que no se había tratado de ninguna casualidad. Sabían que la princesa estaba allí, porque alguien de su entorno había vendido la información a Vintaz de Blodewaud, el hermano que más hostil se mostraba y quien había empezado los ataques. Pero él no estaba solo, sabían que actuaba con la ayuda de alguien, pero aún no estaban seguros de quién. Lo que sí sabían era que tenía mucho poder.

Mientras tanto, la princesa pasó esos días recluida en su habitación, como de costumbre. Aunque Onelee hubiera tratado de tranquilizarla con las noticias alentadoras que habían llegado del frente, no podía dejar de pensar todo lo que había vivido, lo que había visto. Tanta gente morir, ciudades arrasadas. Todo el mundo se venía abajo. ¿De verdad merecía la pena? Eso era lo que le rondaba la cabeza durante todo el tiempo.

Pero entonces uno de esos días Onelee abrió la puerta de su habitación trayendo consigo un poco de alegría. Se sentó con ella a trenzarle el pelo como solía hacer mientras le contaba las novedades de las que había podido enterarse.

—Tengo una muy buena noticia, niña —le anunció sonriente, sin esperar a su respuesta añadió—: he conseguido que tu padre permita una pequeña celebración por tu cumpleaños.

Siena se giró para observar a la nodriza sorprendida. Ni siquiera se acordaba de que su cumpleaños estaba próximo. Faltaban tres días. No pensaba que la situación fuera idónea para celebrar una fiesta, ya que podría haber un ataque mientras estaban desprevenidos. Sería una ocasión perfecta que sus enemigos no desperdiciarían. Pero era cierto que los ataques se habían producido muy lejos de Eileen y que, según lo previsto, aún tardarían meses en llegar hasta allí.

—Antes de que te niegues he hecho esto para que os reconciliéis y podáis afrontar la situación juntos. Además, se va a asegurar de que haya muchísima seguridad y asistirán solo unos pocos nobles de por aquí. Todo irá bien.

Siena asintió no muy convencida. No pensaba que por aquella fiesta se arreglara nada con su padre. Debían curarse las heridas que llevaban años arañándole la parte más interna de su piel. Con cada desplante. Con cada mueca de decepción. Cada situación en la que la había dejado en evidencia. Todo. Lo había grabado en un rincón de su memoria, así como en un hueco de su corazón. Y cada vez que volvía a producirse una situación así, todo le golpeaba con tanta fuerza que lograba que se tambaleara su fortaleza.

También supuso que le vendría bien salir de aquella habitación y relacionarse con gente al menos por una noche. Así que esperó paciente a que llegara el día con la esperanza de que no pasara nada que impidiera el evento en su honor.

Tres días después llegó el día de su dieciocho cumpleaños. Onelee organizó a los criados para que le llevaran un desayuno especial ese día. Ella fue la primera en llegar a la habitación, la despertó cantándole una canción de cumpleaños típica de Carena, y después le trajeron una bandeja enorme de pastelitos que compartió de buen agrado con todos sus criados.

El día transcurrió rápido con todos los preparativos de la fiesta. Hacía tiempo que no se celebraba una y el ambiente era festivo para todos a pesar de los acontecimientos. Parecía que en realidad todo el mundo en el palacio necesitaba aquella celebración. Así que cuando se acercaba la hora, Siena comenzó a prepararse con la ayuda de Onelee. Para aquel día su padre, al que no había visto a lo largo de la jornada, le había regalado un vestido largo rojo de gasa. No tenía mangas, era palabra de honor. Las telas que formaban el pecho eran diferentes y sobresalían de forma irregular. Uno de estos bordes había sido confeccionado con un tono rojo diferente al resto, era más prominente. Esta misma tela descendía como una cascada hasta formar pequeñas puntas a la altura de la cintura. Estaba completamente salpicado de piedras, irradiaba infinidad de tonos rojizos cuando se movía, y por último la espalda era totalmente escotada de forma puntiaguda. Siena al verse con aquel vestido no pudo evitar saltar de emoción. Era perfecto.

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora